miércoles, 19 de octubre de 2011

Pedagogía de la evaluación escolar: evaluar para enseñar y promover el aprendizaje.


            José Ramos Bosmediano, educador, miembro de la Red Social para la Escuela Pública en las Américas (Red SEPA, Canadá), ex Secretario General del SUTEP (Perú)

Como parte de las teorías pedagógicas pragmatistas, operativas y competitivas que han impuesto y difundido las reformas educativas neoliberales en Latinoamérica, de contenido productivista que toma prestado la palabra “calidad” del mundo empresarial, se han venido aplicando evaluaciones estandarizadas como instrumentos de exclusión para aquellos estudiantes, cuyas condiciones económicas y sociales están en desventaja con las de grupos minoritarios provenientes de ámbitos familiares y sociales privilegiados. Estas evaluaciones, a su vez, son utilizadas, donde las aplican, para evaluar también el nivel profesional de los maestros de aula y de la capacidad de atracción de las escuelas.  La consecuencia: estudiantes “buenos” y estudiantes “malos”, profesores “aptos” y profesores “ineptos”, escuelas “de excelencia” y escuelas “atrasadas”.  Esta concepción de la evaluación no tiene en cuenta las condiciones económicas ni sociales sobre las cuales se erige la escuela, el desempeño de sus maestros y de sus estudiantes.  Es una evaluación que sirve únicamente para promover a una supuesta élite de “superdotados”, por un lado, y otro grupo de “fracasados”, por otro.  Los chilenos, especialmente los estudiantes y maestros que hoy luchan sin cuartel, saben del resultado final de esta peregrina teoría de la pedagogía de la evaluación escolar.  ¿Estarán luchando los fracasados?  No. Los fracasados están reprimiéndoles en defensa de su propio fracaso. 

Evaluar para enseñar
Para la pedagogía moderna, desde que esta surgiera entre los siglos XVII y XVIII, la evaluación escolar ha servido, principalmente, para comprobar el avance en el proceso de la formación de los niños y jóvenes en la escuela, formación integral y siempre en desarrollo; verificar los problemas que van surgiendo y resolverlos para completar los objetivos trazados en la formación de capacidades cognoscitivas, afectivas, culturales, conductuales y prácticas, lo que el profesor requiere para mejorar métodos, técnicas, procedimientos y estrategias didácticas. Que en muchos de nuestros países latinoamericanos haya sido distorsionada la evaluación escolar hasta convertirla en un instrumento de castigo y premio y de medición exagerada de la memoria, se explica por el carácter atrasado de nuestros sistemas educativos. 

La evaluación se entiende y aplica mejor cuando se la concibe como parte de la metodología de la enseñanza y, por tanto, parte indesligable del currículo y su plan de desarrollo.  No como un corte abrupto de este que significaría una parte diferente e independiente de todo el proceso de la enseñanza-aprendizaje. Dime cómo evalúas y te diré cómo enseñas, podría decirse, pues no pocas veces hemos convertido a la evaluación en un acto de “rendición de cuentas” totalmente ajeno al proceso total, convirtiéndole en una especie de “juicio”  para los estudiantes, como son aquellos exámenes de ingreso a las universidades a las cuales asisten miles de egresados de la secundaria después de haberse preparado en las academias pre universitarias, generalmente por más de un año de “nueva secundaria”.  Esta evaluación en educación primaria y secundaria, en lugar de ser superada, se ha venido imponiendo cada vez más bajo la presión de la pedagogía de las competencias en determinadas áreas que hoy se  han convertido en las privilegiadas para la medición de los llamados “logros del aprendizaje”, según los parámetros “internacionales” de la prueba PISA.

Pero en los últimos años en el Perú se vienen aplicando evaluaciones para el ingreso a la educación secundaria, no obstante la inexistencia legal de esta vieja práctica, abolida en la década de los años 60 del siglo pasado, cuando por el paupérrimo desarrollo de la educación pública y una rudimentaria pedagogía de la enseñanza en el Perú, los niños que concluían la educación   primaria tenían que “postular” a la educación secundaria a través de un “examen de ingreso”.

Ya no solamente por la pobreza, sino por una supuesta incompetencia, cientos de miles de niños se convertían en candidatos para engrosar las filas de los semianalfabetos. 

Esta aberración pedagógica pretende justificarse por la existencia de una gran demanda de matrícula en ciertos colegios de educación secundaria, cuyo prestigio, muchas veces marcado por su tradición en una ciudad, “Guadalupe” en Lima, “Sagrado Corazón” y “CNI” en Iquitos, “San Juan” en Trujillo, “San José” en Chiclayo, etc.  Los responsables de la dirección pedagógica y administrativa de los colegios que optan por el sistema de ingreso mediante evaluación previa de los niños, no encuentran, al parecer, un procedimiento de matrícula más adecuado para no formar en los niños que no ingresan en seres frustrados por su “incompetencia” frente a otros que supuestamente “saben más” que ellos.  Y aunque se diga que es solamente un procedimiento para cumplir con la cuota de vacantes, lo que se está promoviendo, en realidad, es el espíritu elitista de la educación, ya muy acentuado con las denominaciones de “Colegio Mayor” y “Colegios Emblemáticos” que impusiera el gobierno aprista, dejando a los demás centros educativos con la denominación de “Instituciones Educativas”.

Evaluar para promover
¿Se puede evaluar a los estudiantes que ingresan al primer grado de educación secundaria? Por supuesto que sí, y no solamente se puede, sino que se debe evaluar.  Conocer cuál es el nivel de conocimientos y capacidades que poseen  los estudiantes que se matriculan para  iniciar sus estudios de secundaria es de gran utilidad para planificar el desarrollo curricular correspondiente, tomando en cuenta los vacíos y generando un proceso inicial de recuperación académica que permita, en el más breve plazo, desarrollar las nuevas capacidades del primer grado.

Es una evaluación (en los años 70 del siglo XX se denominaba “evaluación de entrada”) que no califica a los niños.  Solo busca detectar qué parte de los conocimientos y capacidades requieren ser recuperados previamente.  Los estudiantes deben ser informados de aquellas deficiencias encontradas sin la necesidad de personalizarlas, sin generar en ellos sentimientos de “superioridad” o “inferioridad”. 

Esta evaluación es un instrumento que ayuda a promover, en estudiantes y profesores, un mejor desempeño.  En los estudiantes, para ingresar a situaciones de aprendizajes más favorables que eviten las trabas frente a los nuevos conocimientos.  En los profesores, facilitando su desempeño para promover un mejor aprendizaje del grado correspondiente. 

Superar el caos en nuestro sistema educativo
Lo que viene ocurriendo con el sistema de ingreso a la secundaria en algunos colegios del Perú, al margen de las normas que obligan a la matrícula escolar sin taxativas, es, apenas, uno de los elementos del caos que impera en un sistema educativo en profunda crisis. Desde una visión de la crisis del país y del sistema dominante, es un reflejo, en el terreno educativo, de las relaciones sociales marcadas por las irracionales leyes del libre mercado: hacer lo que se considera más conveniente para ciertos sectores.  Si al ex Presidente García le convino, para sus objetivos demagógicos, crear un “Colegio Mayor” y decenas de “Colegios Emblemáticos”, por qué no a ciertos directores y padres de familia no les parecería “mejor” imponer el “examen de ingreso” en  su respectivo centro educativo.  

Es en suma, una concepción y un procedimiento antidemocrático, totalmente alejado de la  pedagogía al servicio del derecho a la educación pública gratuita, universal e integral. 

La superación de estos problemas requiere un nuevo proyecto de educación para el Perú, lo que no estamos notando en la agenda del nuevo gobierno.
Iquitos, octubre 18 del 2011

 

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