Director del Consejo Académico de la Academia.
Regional del Idioma Quechua de Cajamarca.
Un familiar mío –soy testigo– estudió treinta y seis ciclos de inglés. Soñó, indudablemente, con ir alguna vez al extranjero, o, quizás, casarse “si la suerte le ayudara” con un gringo, pues, se trataba de una chica. Cierta vez conoció a un extranjero con quien le tocó ser compañeros de viaje de Cajamarca a Trujillo. Viajaban en asientos contiguos. Según me informó, uno de sus primeros éxitos fue el hecho de que durante todo el trayecto hablaron solo en inglés. Por aquellos días estaba casi expedida en el manejo del idioma yanqui; sin embargo, esta misma suerte no se volvió a repetir. Ya había perdido casi las posibilidades de poner en ejercicio lo que con tanto afán había estudiado. A la fecha han trascurrido ya muchos años y, tanta es la falta de práctica del idioma, que ahora ha olvidado casi totalmente el inglés. Yo le digo: “Good afternoon”, y ella casi no sabe qué contestar. Quiere decir que cuando alguien aprende un idioma extranjero lo olvida con suma facilidad; mientras que cuando aprende un idioma nativo –tal vez porque es nuestro– no lo puede olvidar. Como decía Vallejo: “porque estánse en su casa. Así qué gracia! / Y me han dolido los cuchillos / de esa mesa en todo el paladar. / El yantar de estas mesas así, en que se prueba / amor ajeno en vez del propio amor, / torna tierra el bocado que no brinda la / MADRE, / hace golpe la dura deglución; el dulce, hiel; aceite funéreo, el café.”
Muchas personas suelen saludarme en quechua cuando me ven pasar por las calles de Cajamarca. Yo aprendí el idioma en 1975, Han transcurrido más de treinta y cinco años y no he podido olvidarlo. ¿Saben por qué? Porque al primer paso que doy por las calles de la ciudad siempre me encuentro con alguien que me habla en quechua. Antaño, don Rodolfo Ravines, Director del Museo de la Universidad Técnica de Cajamarca de aquel entonces, cuando me encontraba caminando, me hablaba en quechua cajamarquino. Estamos hablando de la ciudad. ¡Ah!, pero lo más dignificante es cuando vamos al campo: ya a Porcón, ya a Chetilla, ya a La Paccha, ya a Otuzco, ya a Llacanora, ya a Baños Punta, etcétera, siempre he de encontrar a alguien que esté dispuesto a conversar en quechua conmigo. Además, los campesinos son muy generosos en ese sentido. Y esto enaltece a la persona humana.
Otro día, caminando por el Jr. Dos de Mayo de Cajamarca, me encuentro con un compañero de trabajo de finales del ochenta. Llevaba en la mano unos papeles. Lo saludo. Caminamos juntos un tramo. Converso con él, y en esta conversación me muestra algunos documentos que lleva consigo. Primero, se trata de un certificado de estudios de postgrado. Advierto buenas calificaciones. Asimismo, me muestra un certificado de inglés, de diez ciclos de haber llevado el curso en la UPAGU, en el año 2003. Por esta razón, me dice literalmente el amigo: “Ya no recuerdo nada.” Para actualizar y recuperar un poco la “inversión” le sugiero que solicite la aplicación de un examen de ubicación en el Centro de Idiomas de la UNC; pero él insiste en que ya no recuerda nada y que mejor tendría que realizarlo de nuevo, desde el primer ciclo. Yo le espeto: “¿Cómo puede ser que se vayan diez ciclos al agua? ¿Cómo puedes haberte olvidado todo?” A lo que él me replica que así es la vida. Yo me quedo pensando en los mal llamados aprendizajes significativos de esta educación “tan nuestra”. Para mis adentros digo: (“¡Qué fácilmente se puede engañar en este mundo! ¡Cómo se puede desplumar tan ilusoria y legalmente a alguien!”).
Me contó cierta vez un amigo que un docente de una universidad “famosa” del Perú, un catedrático en el estricto sentido de la palabra, viajó a Rusia para asistir a un Congreso Mundial de su especialidad. A la llegada de nuestro compatriota a Moscú, el presidente del certamen, al advertir su presencia y a sabiendas de que se trataba de un peruano, se apresuró a ponerse de pie para darle la bienvenida: “Imaynalla kachkanki. Hamuy, masay. Yaykumuyri” –le dijo entusiasmado. El visitante se sintió bombardeado, fulminado, y solo atinó a decir: “Disculpe, acabo de llegar del Perú. Todavía no sé nada de ruso.” El presidente anfitrión se quedó un buen rato con la respiración en suspenso, desconcertado. Después de tomar un poco de aliento, le espetó: “Yo le he hablado en quechua, qué, ¿no es peruano usted, acaso?” El hombre se sonrojó sobremanera y balbuceó algo ininteligible. Quedó disculpado, pero la vergüenza que pasó no tenía nombre. Se hizo un mea culpa y prometió a sí mismo estudiar quechua en cuanto pise tierras peruanas.
En Rusia hay academias de quechua; en EE. UU. hay academias de quechua. Estos días escucho decir a un candidato a la presidencia del Gobierno Regional de Cajamarca que cuando visitó un estado de Norteamérica, con lo primero que se encontró, para ironía suya, fue con una academia de quechua. ¿Por qué estudiarán quechua los yanquis? ¿Por qué estudiarán el quechua y el aimara los chilenos? En la República Federal Alemana, en la Universidad de Bonn, ya se viene aprendiendo el quechua desde hace muchas décadas. El 15 de mayo del semestre de verano de 1986, el Seminar für Volkerkunde (Instituto de Antropología Cultural) de la Universidad de Bonn, celebró con un acto festivo, el 50º aniversario de actividades quechuistas, fecha en que Hermann Trimborn, fundador de esta larga tradición de investigación y de enseñanza del quechua y exdirector del Instituto, cumplió 85 años de edad. Así nos cuenta Roswith Hartmann. Es asombroso que en nuestra patria no se haga nada por aprender la lengua de nuestros abuelos incas; pese a que en toda América existen más de ocho millones de quechuahablantes, en el Perú todavía es hablado por más de cuatro millones, y, en Cajamarca, existe un aproximado de veinticinco mil hablantes del runashimi. En este punto no podemos dejar pasar por alto el D.L. Nº 21156, dado por el general Juan Velasco Alvarado el 27 de mayo de 1975, por el que el quechua se torna curricular, es decir, debería ser desde 1976 un curso –tal como el inglés– en todos los niveles de la educación peruana. Es obvio que el quechua no es una lengua en proceso de extinción, pues, para que ello ocurra tiene que tener menos de cien mil hablantes. Aún en Cajamarca, tenemos el deber moral de rescatarlo, preservarlo y difundirlo, porque el gran valor de la cultura entra por el idioma. No existe otra alternativa.
Santiago E. Antúnez de Mayolo R., en su libro Uso del espacio agrícola precolombino nos cuenta que las construcciones precolombinas aún perduran, en tanto que las efectuadas a la usanza española fueron destruidas en las tres veces que Lima fu reedificada. Las construcciones precolombinas fueron asísmicas mediante técnicas de eliminación de esfuerzos cortantes en ellas mediante patines deslizantes, que consistía en nivelar y apelmazar el piso y endurecerlo con sangre (Idolatría Cajamarquilla 1656:20; Machaca 1657:5; Saranguay 1741:6v) sobre el cual se echaba una delgada capa de arena y encima se ponían piedras irregulares o simplemente los adobones, y sobre estos se construía el resto del muro. Recientemente los japoneses han ideado la construcción de edificios asísmicos, empleando patines deslizantes. Esta técnica se empleo en el Perú hace muchos milenios y se ha visto en Ancash que sigue siendo empleada por nuestros campesinos. En cuanto a predicciones del tiempo, nuestros antepasados incas fueron y serán insuperados. Sabían de los tiempos lluviosos, de los tiempos veraniegos; sabían de la influencia del sol, la luna y la propia mamapacha en los cultivos; pues, nuestros antepasados incas fueron agricultores por excelencia. ¡Ah, pudieron acumular más oro que lo que el Perú actual posee, pero jamás le causaron una herida a la piel de nuestro planeta! Para más señas, la mamapacha era sagrada. Nadie como nuestros abuelos incas –excepto la cucaracha y el escarabajo– pudieron preservar más y mejor su hábitat. Esto es bello y altamente gratificante y enorgullecedor para quienes nos sentimos herederos de la cultura incásica. Pero, ¿cómo rescatar, redimir, preservar y difundir todo este acervo cultural y mucho más? ¡Ah, tenemos que volver a la semilla! ¡Debemos retomar nuestra lengua nativa! ¡Debemos volver a hacer que nuestros niños, adolescentes y jóvenes, por lo menos, vuelvan a ser usuarios de nuestro runashimi! ¡Tenemos que volver a encontrarnos con lo verdaderamente nuestro! Si queremos que nuestra patria desarrolle, si deseamos poner fin a la deseducación, el analfabetismo, la desnutrición, la tuberculización, a los altos índices de morbilidad y mortalidad infantiles, los altos índices de criminalidad, alcoholismo, drogadicción, prostitución y la cultura del consumismo irracional, tenemos que volver a nuestra cultura nativa. Así lo explican los grandes maestros de la educación, como Juan Jacobo Rousseau, verbi gratia.
Finalmente, podríamos aseverar que si deseamos una educación liberadora y coherente con los intereses nacionales, tenemos que reencontrarnos con nuestra lengua y cultura quechuas, o cualquier otra lengua y cultura nativas de las más de las cuarenta familias existentes en nuestro territorio; pero si queremos una educación extranjerizante, alienadora y subyugante continuemos haciendo que nuestros niños, adolescentes y jóvenes aprendan cualquier lengua extranjera. Esto solo servirá en el caso de que quisiéramos formar cerebros y talentos para que levanten vuelo al extranjero. Favor que les haríamos a los países que nos tienen, actualmente, cogidos por el estómago. He allí nuestra pugna por la inserción del idioma quechua en la estructura curricular vigente, y por qué no un curso completo de los famosos Comentarios Reales de los Incas, del simpar Garcilaso de la Vega, u otro de la obra de Guamán Poma de Ayala. Con todo ello, no nos anima otro leitmotiv que no fuese nuestro acendrado amor al Perú, nuestra desgarrada patria.
Cajamarca, 1º de setiembre de 2010.
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