martes, 1 de mayo de 2012

La continuación del modelo extractivista: El nuevo estado compensador progresista.

Por Eduardo Gudynas

Las actuales estrategias de desarrollo que se observan en América del Sur siguen descansando en una intensa apropiación de la Naturaleza. En ellas el papel del Estado es indispensable. Es más, podríamos decir que existen ciertas estructuras y configuraciones del Estado que permiten y sostienen ese tipo de desarrollo. Esto hace que en una mirada desde la ecología política sea necesario examinar los nuevos papeles que desempeñan los Estados en América del Sur. Una pregunta clave es si los nuevos Estados progresistas son distintos de los anteriores, y en qué medida lo pueden ser. 

He examinado estas cuestiones en algunos artículos recientes; entre ellos en “Estado compensador y nuevos extractivismos” publicado en Nueva Sociedad (2012). Las ideas principales en estos análisis es que el Estado contemporáneo en América del Sur sigue persiguiendo el objetivo del crecimiento económico, y por lo tanto la explotación de la Naturaleza es un medio indispensable para lograrlo. Esto hace que el Estado aliente y apoye el capitalismo; ejemplos de ello se observa en Brasil con los fuertes apoyos financieros a empresas extractivistas, como la minera Vale. Se observa que incluso bajo los gobiernos progresistas el Estado es funcional a este capitalismo que descansa en la apropiación de recursos naturales para volcarlos a la globalización como materia primas. Ejemplos recientes son los llamados a la inversión minera. 


Pero como estos son Estados bajo gobiernos progresistas, también hay medidas de intervención en el mercado. Lo hace de variadas maneras, en unos países más intensamente, en otros menos. Allí aparecen los instrumentos para captar una mayor proporción de la renta extractivista, la naconalización de algunas empresas o los planes de asistencia social basados en pagos mensuales. 

Entonces el Estado se mueve entre dos espacios: en uno cede ante el capital, y en otro trata de contenerlo. Allí se generan vairadas contradicciones, tensiones y oposiciones. Hay varios ejemplos de ellas. Por ejemplo, en la Argentina de Cristina F. de Kirchner, el nuevo ímpetu minero gubernamental. 

En ese punto, en el artículo examino varias medidas a las que apela el Estado para lidiar con esas contradicciones. Por ejemplo, aplicar medidas supuestamente neutras y objetivas para solucionar conflictos, apoyar a uno de los “bandos” en pugna, o pagar compensaciones económicas a los afectados, etc. 

De esta manera, en el análisis se arriba a la conclusión que el Estado progresista busca lograr delicados equilibrios entre sus concesiones al capital, y la necesidad de regularlo. Por ejemplo, alienta el extractivismo, pero también trata de amortiguarlo. Esto hace que las compensaciones económicas jueguen un papel de enorme importancia, no sólo en reducir la pobreza, sino incluso en el plano simbólico: es lo que hace que estos Estados puedan decir que tienen una cara política de justicia social, lo que es propio de la izquierda.

Por lo tanto se concluye que estamos ante un “Estado compensador”. Busca equilibrios entre esas fuerzas distintas, y para ello apela a las compensaciones. El presentar al nuevo Estado como “compensador” permite diferenciarlo de otras expresiones. Está claro que estos no son Estados neoliberales. Pero tampoco son “Estados rentistas” (ni siquiera en el caso venezolano), al menos en la definición rigurosa y original del término. 

Tampoco se está creando un “Estado de bienestar”, a la imagen europea, especialmente aquella inspirada en los gobiernos socialdemocrátas. En la América del Sur progresista prevalece la compensación económica, y no tanto un fortalecimiento de los derechos ciudadanos. Se pagan los bonos, pero se criminaliza y persiguen las demandas públicas; aquí, una vez más, estas tensiones son evidentes alrededor de la minería. El fortalecimiento de la democracia, y en especial en sus aspectos institucionales, como el papel de los legislativos, no es perseguido por el progresismo sudamericano, que en varios casos parece más entretenido en caudillismos personales. 

El Estado compensador tiene una visión de un Estado que puede financiarse de aquí a la eternidad extrayendo recursos de la Naturaleza. Con ello se aproxima a algunos atributos del “Estado mágico” que años atrás se describía para la Venezuela petrolera. 

Es evidente que este nuevo Estado compensador, propio de los gobiernos progresistas, acepta cierto tipo de capitalismo, al que trata de ajustar, darle un rostro humano, reduciendo los niveles de pobreza. Es la prosecusión de un capitalismo benevolente. Las diferentes variedades de estrategias de desarrollo, sea la venezolana, el neodesarrollismo de Brasil, o el nacionalismo popular de Argentina, no ponen en cuestión la apropiación de los recursos naturales, su inserción en los mercados globales, o el papel del crecimiento económico. Las diferencias estriban en el papel del Estado en captar la renta, pero no hay una discusión de fondo sobre el tipo de desarrollo que se busca. Allí residen las explicaciones que gobiernos como los de Correa o Morales, tengan una manejo macroeconómico tan ortodoxo. 

Este Estado compensador enfrenta variados limites. No siempre se pueden hacer esos equilibrios, y como ellos dependen en buena medida de las exportaciones de recursos naturales, quedan atrapados a los vaivenes de precios en los mercados internacionales que no pueden controlar. Paralelamente, erosionan la discusión sobre la justicia social en su amplio sentido, reduciéndola a las compensaciones económicas. www.ecoportal.net
 
Acción y Reacción
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