jueves, 2 de agosto de 2012

Elementos bàsicos de la polìtica actual.

José Ramos Bosmediano

 Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales, miembro de la Red Social para la Escuela Pública en las Américas (Red SEPA, Canadá), ex Secretario General del SUTEP (Perú)

 A un año de gobierno del Presidente Ollanta Humala Tasso ya tenemos configurados los elementos básicos de la política nacional del período 2011-2016. Todas las esperanzas de las masas populares y de los sectores progresistas que apoyaron fervientemente la propuesta de “La Gran Transformación” han sido defraudadas por el régimen instalado el 28 de julio del 2011. Hoy se puede decir que esas aspiraciones fueron meras ilusiones de un pueblo que no ha cesado de luchar por un país diferente, libre de la opresión externa e interna. De una propuesta calificada, dentro y fuera del país, de izquierda y hasta “chavista”, el programa “nacionalista” se ha pasado a la extrema derecha, al neoliberalismo versión aprista del 2006-2011. El discurso-mensaje del 28 de julio ha sido aún más explícito para reafirmar la ruta neoliberal elegida durante la segunda vuelta electoral del 2011. 

Lo dicho no es el producto de una apreciación subjetiva, pues lo que se observa es un marcado descontento popular y la presencia como oposición activa de las masas que, votando por un cambio sustantivo en el Perú, están luchando hoy por otros medios (huelgas, marchas, movilizaciones, bloqueos de vías de comunicación) para lograr reivindicaciones que el nuevo gobierno está negándolas. Los sectores progresistas y de izquierda socialdemócrata que se involucraron en la campaña electoral a favor del candidato que hoy es el Presidente de la República han empezado a desprenderse del compromiso gubernamental que, entienden, carece del rumbo trazado en el programa original. El propio Presidente Ollanta Humala ha eliminado de su discurso político toda alternativa contraria al nefasto modelo neoliberal, mucho menos al capitalismo Reiteramos: de la aparente cercanía al programa bolivariano de Venezuela, pasando por el modelo capitalista socialdemócrata de “Lula” Da Silva, pasó a asentarse, sin retorno, en el continuismo neoliberal del gobierno aprista del período 2006-2011. Para encubrir el camino reaccionario, después de la primera vuelta electoral planteó medidas efectistas pero insustanciales como “Beca 18”, “Cuna Más” y “Pensión 65”, exhibiéndolas hoy como grandes logros educativos y sociales.


Vale, pues, el intento de establecer los elementos que explican, siempre aproximadamente, la situación política en la perspectiva del presente lustro gubernamental.

El Estado y la economía: subordinación a la globalización neoliberal.

Todo el modelo del “Consenso de Washington”, o capitalismo neoliberal impuesto durante la década de 1990-2000 por el fujimontesinismo, sigue en pie, con el proceso adicional de su consolidación durante los primeros diez años del siglo XXI. Humala Tasso, que juró y perjuró cambiar la situación económica y social del Perú en su período de gobierno, ni por lo menos ha tocado, en este primer año, lo más mínimo de lo hecho por sus tres antecesores neoliberales.

Se mantiene y defiende el carácter subsidiario del Estado peruano definido en la Constitución fujimorista de 1993, subsidiaridad que se concreta mejor en los TLC normados por la Organización Mundial del Comercio (OMC) que creó un organismo para la solución de diferendos entre las empresas y los estados donde aquellas realizan sus inversiones (CIADI), verdadero organismo de coacción jurídica con sede en Estados Unidos. Es sabido, por normas expresas del OMC, que en la solución de los diferendos predominan los mecanismos jurídicos del país sede de las empresas inversionistas, no del país receptor de las inversiones. Las transnacionales tienen la facultad de enjuiciar a los estados que osen regular sus actividades. Tanto el ex Presidente Alan García como el actual Presidente, cuando eran candidatos, prometieron no firmar el TLC con Estados Unidos (el primero) y revisar el mismo tratado (el segundo). No solamente no hicieron nada, sino que se han convertido en promotores de nuevos TLC, como el que actualmente ha negociado Humala Tasso con el bloque del euro, una economía que, en profunda crisis, solo buscará más altas tasas de ganancias para sus inversiones en los países “emergentes” como el Perú.

Esta política estatal significa, sin duda alguna, mantener la subordinación de nuestro país al dominio imperialista, principalmente al de Estados Unidos, derivando en una obligada opción de apoyo a las imposiciones del G-8 en lo económico, político y militar. Esta opción se nota en la poca intervención del Perú en el proceso de redefinición de las nuevas relaciones que se deben establecer entre América Latina y los países de Norte América (EE.UU. y Canadá), situándonos en el bloque de los países sudamericanos al extremo derecho del espectro político de nuestra América.

Se mantiene el Estado privatizador, abierto y débil para los grandes empresarios, pero fuerte y prepotente para los pueblos y trabajadores que luchan por sus derechos y por la defensa de nuestros recursos naturales. Los puntos más álgidos y significativos de este poder estatal que protege a los más ricos y desprecia a los oprimidos son Espinar en el Cusco y Conga en Cajamarca. Particularmente el caso de la defensa de la cabecera de cuenca en el Conga significó el declive definitivo de toda la demagogia que fue el “radicalismo” humalista de “La Gran Transformación”, incluso de la misma “Hoja de Ruta” que supuestamente era un viraje táctico electoral para transitar hacia los objetivos estratégicos de los cambios estructurales que nuestro país requiere.

El Estado privatizador sigue siendo la característica fundamental de la dinámica económica bajo la égida de dos puntales del crecimiento del PBI: el capitalismo especulativo y el posicionamiento monopólico de las transnacionales en los sectores básicos de la economía y los servicios públicos, hasta donde se podría hablar de lo público en un país donde la mayor parte de los servicios están en manos privadas, con empresas, como Telefónica, que se niegan a pagar sus deudas al Estado.

El problema del Estado en el Perú actual no está, como vienen sosteniendo políticos y analistas que ven la realidad desde esquemas ideológicos a lo sumo eclécticos, en si este Estado llega o no llega a todo el país, o que es simplemente débil. El Estado peruano dominante hoy es el Estado capitalista neoliberal, propiedad de una gran burguesía interna que gobierna según los intereses de la gran burguesía internacional cuyas más visibles y cercanas expresiones de su poder son las transnacionales de las finanzas y la economía primario-exportadora en la minería metálica, hidrocarburos, pesca marina, más el manejo de las telecomunicaciones y la energía eléctrica, el transporte aéreo y marítimo. Estado atado de manos para no establecer impuestos directos a las rentas más elevadas, vale decir, a los más ricos. Hasta en materia tributaria la Constitución fujimontesinista protege a la burguesía en el poder. En el supuesto de que el Estado establezca su “presencia” en los distritos y poblados más alejados del país, esa presencia no cambiará la estructura de desigualdades profundas en que se mueve la sociedad peruana actual. Uno de los casos sobre esta realidad es el de la nueva provincia de Datem del Marañon, lograda por la lucha heroica de su población con el saldo de un joven asesinado por la policía y numerosos dirigentes enjuiciados por “promover disturbios en agravio del Estado” durante el gobierno del Presidente Alejandro Toledo (2001-2006): su situación de pobreza, abandono y manejo burocrático y corrupto de funcionarios no ha variado, salvo el caso de una funcionaria judicial La Doctora Katiuska Hurtado Sifuentes que, lamentablemente, fue cambiada a otra jurisdicción de la misma región Loreto.

El Estado peruano actual dista mucho de ser un ente descentralizado. Sus autoridades locales y regionales no tienen ni siquiera la posibilidad de planificar su desarrollo, mucho menos llevar a cabo acciones definidas y efectivas para defender su patrimonio natural, pues por encima de ellas están las transnacionales a través de contratos irrevisables que les permite depredar los suelos y el medio ambiente sin oposición alguna. Cualquier intento de oposición contra esos privilegios se resuelve con la represión desde el gobierno central. Los casos de la represión física y jurídica contra el Alcalde de Espinar y el enjuiciamiento al Presidente regional de Cajamarca, así como a los dirigentes de los Frentes de Defensa, definen muy bien la naturaleza antinacional y antidemocrática del Estado peruano actual. Pero para la mayoría de los gobiernos regionales la descentralización en tales condiciones les es favorable en la medida en que así pueden encubrir su pobre desempeño y la falta de un proyecto regional de desarrollo para su respectiva región, cuando no encubrir irregularidades en su administración. No es casual que en la reunión del día 8 de junio con el Presidente hayan sido concesivos con este pese a los atropellos contra un Alcalde y un Presidente regional. Resulta un hecho insólito que las transnacionales mineras (Zstrata, Newmont-Yanacocha, etc.) se conviertan en financiadoras y ejecutoras directas de “obras de desarrollo”, reemplazando a las instituciones regionales y municipales de los ámbitos donde operan, y al propio gobierno central, método por el cual logran la denominada “licencia social” para depredar el medio ambiente. La existencia de gobiernos regionales y municipales, en tales condiciones, carece de sentido, salvo para inaugurar las obras. Para las transnacionales, en cambio, ese método de explotación significa pagar tributos y regalías irrisorios.

El Estado neoliberal, sobre la base de la economía de mercado, está sometido a las fuerzas irracionales de esta, sin necesidad de planificar el desarrollo, pues la planificación estratégica de las grandes empresas establecen el ritmo en el corto plazo según sus expectativas privadas de acumulación y elevación de sus tasas de ganancia. Es el ritmo de las transnacionales y los precios internacionales de las materias primas necesarias para el gran capital internacional los que determinan el crecimiento económico en cada coyuntura o en cada ciclo de crecimiento. El Estado peruano es el receptor pasivo de esa dinámica. Carece de capacidad para ejercer su autoridad ante esas fuerzas externas. Según los defensores de este sistema de acumulación capitalista, el mercado “siente”, “reacciona”, “prohíbe” o “permite” no hacer o hacer algo, respectivamente: es una entelequia, un mito que expresa la alienación de una clase social que ha perdido la racionalidad de su comportamiento, pero no se da por aludida cuando sus decisiones conducen a la bancarrota, como viene ocurriendo desde el 2008 en los propios centros de dominación mundial y sus periferias más cercanas (España, Italia, Grecia, Portugal). En el Perú de los años 90 del siglo XX se pasó de la euforia de las grandes inversiones propiciadas por la masiva privatización de los activos del Estado a una mayor crisis de fines de la década, expresada por el alto índice de pobreza y pobreza extrema.

El Presidente Humala se está encargando, siguiendo al ex Presidente Alan García que ofrecía el Perú a los grandes inversionistas mientras negaba a los trabajadores sus derechos, de continuar poniendo al Perú a los pies de las transnacionales de Europa, Asia y Norteamérica, abriendo más las puertas para profundizar la neocolonización de nuestro país. En Bruselas y en Madrid ha ofrecido el Perú como el mejor escenario para las grandes inversiones, mientras que los dueños de Telefónica han definido al Perú como su mejor plaza de negocios, sin decir nada sobre su deuda (no pagada) de más de tres mil millones de dólares al Estado peruano.

En las nuevas condiciones de penetración imperialista en el Perú las relaciones que en el pasado se denominaban “asimétricas”, no han cambiado. Hoy nos definen como país “emergente” porque se da un crecimiento económico de más del 5% que obedece, principalmente, a la explotación y las exportaciones de materias primas mineras. Como en ciertas coyunturas de nuestra vida republicana, el mismo espejismo de progreso, modernización y desarrollo; pero en realidad, la crudeza de mayores desigualdades económicas, sociales y culturales.

La vieja lacra de la política criolla: Un parlamento de espaldas al pueblo 

Politólogos y analistas de nuestra vida política suelen afirmar que los parlamentos actuales (1990-2012) carecen de las calidades de los del pasado. Seguramente que se refieren a cierta preparación cultural y profesional de algunos parlamentarios de aquellos tiempos, duchos en discursos prolongados y cargados de retórica (un connotado parlamentario del partido gobernante del período 1963-1968 ofreció un discurso continuado de 30 horas y, cuando le preguntaron por qué había hablado tanto, contestó: “para joder”). En ese sentido, tienen razón, pues lo que hoy observamos en el Parlamento peruano es un conjunto de individuos que sobresalen por su mediocridad cultural, profesional y moral, verdaderos buscadores del escenario legislativo para forjarse una fortuna o un buen salario para satisfacer sus apetitos de vivir mejor que los demás o, en muchos casos, acrecentar sus ganancias empresariales. Gran parte del tiempo del trabajo parlamentario está dedicado a “investigar” casos de corrupción de los propios miembros de ese poder del Estado, sin resultados favorables a su desempeño como una institución al servicio de los pueblos del Perú, del propio país y de los ciudadanos. La procedencia de la mayoría de parlamentarios no obedece a criterios valorativos de idoneidad; más bien es el producto de cuotas económicas para contribuir con la campaña electoral, cuando no a lealtades cómplices con los dueños del aparato político de cada partido. En otro sentido, hay candidatos “independientes” que van pasando de un grupo a otro como tránsfugas que, una vez elegidos, pueden ir ofreciendo “sus servicios” a otro grupo. A diferencia de los parlamentos europeos, en nuestro país no hay asesores especializados para cada el Parlamento como institución, sino que son los parlamentarios los que eligen a discreción sus asesores: amigos, parientes y hasta empleados que solo cumplen el papel de portapliegos o técnicos en computación, lo que explica el pobre desempeño de la gran mayoría de parlamentarios. En un extremo de cinismo, en la última campaña electoral se mostraron por lo menos dos decenas de candidatos financiados por las empresas mineras, verdaderos alfiles y peones para operar de manera predeterminada a favor de los grandes intereses privados. En el Parlamento peruano actual no es raro encontrar sujetos con juicios pendientes o ya ejecutoriados por delitos comunes, otros que utilizan a sus “asesores” para trabajos domésticos, etc. Los que forman parte de las excepciones a la regla, carecen, sin embargo, de suficiente temple como para sancionar, por lo menos, drásticamente a los impostores; más bien pareciera que ese escenario no les perturbara más allá del escándalo mediático que genera. ¿Qué haría un hombre probo y capaz en un Parlamento como el peruano?

En general, con todas las diferencias entre los parlamentos del pasado y los actuales, el Poder Legislativo peruano no ha producido un ordenamiento jurídico que corresponda a una república democrática, es decir, a las aspiraciones de justicia para el pueblo peruano. Los escasos derechos conquistados por los trabajadores y el pueblo no han nacido de la iniciativa de los legisladores, sino de la lucha de aquellos. Un ejemplo claro para el Parlamento bicameral del período 1963-1969 es la frustración de la recuperación de la explotación petrolera de la Brea y Pariñas de la propiedad de la International Petroleum Company (IPC) y de una Ley de Reforma Agraria que democratice la propiedad agraria y dé término a la dominación de los terratenientes que mantenían sistemas serviles de explotación en el campesinado. Fue el gobierno militar instalado el tres de octubre de 1968 es que dio la solución a ese largo reclamo de los sectores progresistas y democráticos del pueblo peruano, a la lucha del campesinado contra el viejo latifundismo heredado de la colonia, aun cuando esta solución se enmarcó en la realización de reformas que previnieron situaciones revolucionarias al estilo de la Revolución Cubana, reformas planteadas desde la Alianza para el Progreso, iniciativa hemisférica de Estados Unidos bajo la administración del Presidente John F. Kennedy.

En el Parlamento peruano actual se refleja con mayor desvergüenza el estilo criollo de la política peruana, lo que también se manifiesta en los gobiernos regionales y municipales: la demagogia es uno de sus mejores artificios para lograr sus objetivos: ofrecer y luego olvidar; la inversión de dinero en las campañas electorales para conseguir “operadores” y votantes, convirtiendo a la política en una competencia de poder económico, que no de ideas o propuestas; la ausencia de una propuesta programática que sustente el discurso político, reemplazándola por el circo electoral donde sobresalen elementos de la farándula y de la dádiva financiada por empresarios que invierten para recuperar, con creces, esa inversión. Estas prácticas criollas se han convertido en toda una concepción dominante en la política peruana, la “filosofía” de la nueva “clase política”, favorable a la burguesía dominante y al neoliberalismo, cuya irracionalidad en el manejo de la economía se retroalimenta del espectáculo que aliena más a los sectores medios y populares. Es el comportamiento y la ideología de una clase dominante incapaz, históricamente hablando, de crear un proyecto democrático, nacional y de justicia social.

Esta política criolla no puede erradicarse ni con la más entusiasta propuesta de legislación electoral, como se viene proponiendo. La Ley de Partidos Políticos, promulgada hace más de una década, carece de eficacia para enfrentar un problema de mediocridad parlamentaria que tiene un origen estructural, es decir, que está inmerso en la crisis general del Estado peruano y del sistema económico y social vigente. Ni la restitución de la bicameralidad y del voto cerrado son elementos que ayudarán a resolver las taras de la democracia burguesa en crisis en el Perú.

Los legisladores del Partido Nacionalista Peruano (PNP) y su frente más amplio Gana Perú (GP), tanto cuando no fue gobierno (2006-2011) como en su actual periodo gubernamental (2011-2012), no escapan a las características de la política criolla. Reclutados de todas las canteras políticas y empresariales, algunos de los cuales con antecedentes políticos nada edificantes, es un conglomerado con intereses diferentes, mayormente individuales y pragmáticos, utilitarios. Son pocos los que pueden ser rescatados de esa lacra de la política criolla. La mayoría que aún queda en el bloque del gobierno, como desconfiando de su propia cohesión y fortaleza, ha tenido que firmar una declaración de “unidad” en torno al Presidente Humala, casi imitando lo hecho por Fujimori y Montesinos con incapaces y corruptos altos oficiales de las Fuerzas Armadas. En tales condiciones al partido gobernante, como ha ocurrido con el gobierno aprista anterior, no le queda más que aliarse con la corrupción fujimorista y con otros grupos de la derecha para mantener su presencia protagónica y defender las iniciativas legislativas de su gobierno.

Está claro que con un Parlamento destartalado no puede funcionar esa democracia liberal que hace tiempo está echando agua en el Perú y todos los países latinoamericanos. Con mañosa previsión, la Constitución fujimontesinista establece la facultad que tiene el Presidente para cerrar el Congreso y convocar a nuevas elecciones legislativas.

Un poder ejecutivo de signo neoliberal

El Poder Ejecutivo peruano actual se caracteriza por el denominado “presidencialismo”, el protagonismo dominante del Presidente de la República, su papel principal como representación de la voluntad popular, por más que muchos políticos sigan diciendo que el Legislativo es el “primer poder del Estado”, tesis esgrimida con entusiasmo por el ya fallecido líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre durante la década de 1960, precisamente cuando su partido, en alianza con la fuerza política que los persiguió por largos años (Odriísmo), conformaba la mayoría en el Parlamento del período 1963-1968. Pero en el funcionamiento de la democracia burguesa en el Perú todos los parlamentos, desde aquella década por lo menos, en lugar de hacer valer su supuesto carácter de “primer poder del Estado”, abdicando de su función legislativa, se dedicaron a otorgar al Poder Ejecutivo facultadas extraordinarias para que este legisle sobre asuntos fundamentales del país; y aunque tenían la capacidad para revisar los decretos legislativos y fiscalizar su aplicación, en la práctica esa capacidad ha quedado, en la mayoría de casos, simplemente menoscabada.

Sobre esta estructura general de funcionamiento del Poder Ejecutivo, el gobierno del Presidente Ollanta Humala, luego de su triunfo electoral, decidió mantener todos los rasgos de los gobiernos anteriores, sobre todo de su predecesor gobierno aprista. Empezó entregando el control de la economía nacional a los neoliberales, es decir, al gran empresariado nacional e internacional, designando a sus representantes en el Banco Central de Reserva del Perú (BCR) y en el Ministerio de Economía y Finanzas, asegurando con estas designaciones el rumbo neoliberal de su ejercicio gubernamental. Los ministros de procedencia socialdemócrata o progresistas, desde el inicio, estaban destinados a cumplir la simple función de acompañantes de quienes decidirían las medidas fundamentales en todas las políticas sectoriales.

Todas las propuestas de cambio fueron sustituidas por políticas de mantención del programa neoliberal en educación, salud, política agraria, política minera, medioambiental, política laboral, relaciones con los pueblos indígenas, “políticas sociales” de marcado contenido asistencialista, la administración de justicia, entre los renglones fundamentales del Perú.

Hasta noviembre del 2011, pese a la decisión neoliberal del Presidente Humala en la composición de su primer Gabinete Ministerial, las expectativas de cambio se mantenían, sobre todo en los pueblos que venían exigiendo regular la actividad minera en el Perú para defender el medio ambiente y las actividades productivas de los campesinos en los ámbitos de influencia de la extracción de minerales.

El momento de la inflexión del gobierno llegó cuando el Presidente Humala se vio obligado, por la fuerza de la lucha de los pueblos de Cajamarca, a pronunciarse sobre el Proyecto Conga de la transnacional Newmont-Yanacocha cuya realización destruiría toda la cabecera de cuenca Conga y, como consecuencia, el medio ambiente, el agua y las actividades productivas de una región fundamentalmente agraria. Con un mañoso juego de palabras el Presidente Humala optó por “el agua y el oro”, como si fueran dos valores iguales, sabiendo que el primero (medio ambiente) encierra valores de uso, mientras que el oro simplemente representa el valor de cambio, objeto de pingües ganancias para la gran empresa que está envenenando las tierras y aguas de Cajamarca. La primera huelga y la gran marcha de fines del año 2011 pusieron al primer Gabinete Ministerial en condiciones difíciles ante la decisión abierta del Presidente a favor de la empresa. Humala tuvo que modificar y militarizar su entorno ministerial para asegurar la defensa del Proyecto Conga, echando mano de elementos fujimontesinistas, como el nuevo Premier Oscar Valdés Dancuart, militar de profesión inconclusa y hoy empresario próspero, incluyendo la actividad minera. Se trata de un elemento de clara filiación fujimontesinista, prepotente y torpe al mismo tiempo, capaz de insultar a los dirigentes populares de “podridos”, sacando de contexto las frases del historiador Jorge Basadre referidas a la vieja oligarquía; capaz también de afirmar que el Presidente Humala “debe olvidarse de sus promesas electorales”, en el preciso momento en que este, para amenguar la crítica a su gobierno, estaba diciendo a los europeos que la “Gran Transformación” llegará “pese a los extremistas”. La recomposición del Gabinete Ministerial como antesala del mensaje del 28 de julio carece de significación como para hacer variar el rumbo neoliberal del régimen actual, más todavía si vemos que los nuevos ministros han sido seleccionados de las mismas canteras de la derecha peruana.

La decisión y el gesto político de condecorar al jefe del Partido Popular Cristiano, una de las organizaciones de la ultraderecha peruana (“partido de los ricos” es la denominación con la que es identificado), Luis Bedoya Reyes, expresan mejor la identidad política del Presidente Humala Tasso. El Presidente, sin tener en cuenta su presentación inicial como político progresista, sin tener en cuenta, además, la historia del mencionado político y de su partido, siempre al servicio de la oligarquía, incluso de la represión generalizada durante la dictadura militar del General Francisco Morales Bermúdez, (1975-1980) increíblemente condecorado también como “demócrata” por el Parlamento del período 2001-2006), en el colmo de su perorata laudatoria para la ocasión, llegó a decir que el condecorado había sido su modelo de hacer política, a lo que el nonagenario político contestó que “el Presidente Ollanta Humala siempre nos da sorpresas”: no solo se trató de pragmatismo para lograr apoyo derechista en el Parlamento, sino manifestación de la real identidad ideológica y política del Presidente.

La polarización política en ascenso

La polarización política en el Perú es una tendencia en desarrollo, que vuelve los pasos a la campaña electoral del 2006 y a la del 2011: o el mantenimiento del programa neoliberal y del statu quo, o el cambio de rumbo del país, incluido el programa neoliberal que debe ser desmontado en el Perú. Pero esta polarización nos lleva a la presencia de la lucha de clases, ese viejo topo que no cesa ni en los momentos de “paz social” como creen los que consideran que la lucha de clases es una invención malévola de subversivos, izquierdistas y “anacrónicos” (Mario Vargas Llosa dixit).

En el Perú actual están frente a frente, por un lado, los trabajadores y el pueblo que exigen sus derechos y una nueva alternativa económica y social para el desarrollo del país, como aspiraciones de transformación integral de nuestra sociedad; y, por otro, una estructura estatal y un gobierno al servicio de los grandes intereses económicos de grupos internos y transnacionales. No es una mera polarización entre quienes, desde el ejercicio del poder, pretenden mantener el sistema tal cual a como dé lugar, y quienes buscan cambiar algo para que todo quede igual, usando el “dialogo” y respetando las viejas instituciones que hace tiempo han demostrado su falencia y su crisis terminal.

La lucha actual de los pueblos enfrentados a la alianza del gobierno con las mineras, y la de los trabajadores que exigen la restitución de sus derechos conculcados por el neoliberalismo, expresan el lado de los desposeídos y explotados, amplio espectro de obreros, campesinos, desocupados, pequeña burguesía empobrecida (maestros, policías y los empleados públicos y privados en general que no forman parte de los “ejecutivos”), poblaciones “incluidas” en los “programas sociales” asistencialistas, un lumpen surgido del largo trecho de la marginación social que se ha convertido en un sector agresivo y organizado para robar y matar. La clase trabajadora organizada no ha logrado convertirse, a través de sus sindicatos, en un factor consciente de la lucha, por tanto, en la vanguardia que exprese las aspiraciones de las masas oprimidas. Mucho menos se expresa organizadamente en un partido de vanguardia que asuma la lucha por el socialismo. Su conciencia clasista está condicionada a las exigencias coyunturales de la lucha por la supervivencia, el salario y la recuperación de sus derechos. El economicismo y el burocratismo de su conducción contribuyen a mantener esa conciencia opaca frente al sistema dominante que hace difícil trascender más allá del mero sindicalismo. Hay, incluso, un sector obrero aristocratizado, especialmente en las grandes empresas mineras, agrícolas y financieras que juegan a favor de los empresarios por los mayores ingresos salariales que perciben en relación con los demás trabajadores de su mismo centro de trabajo.

El dominio del aparato estatal con su estructura jurídica, política, cultural, militar y económica corresponde a la clase de la gran burguesía, los nuevos dueños del Perú. Para eso su organización corporativa es fuerte: la Confederación de Instituciones Empresariales Privadas del Perú (CONFIEP) que hoy agrupa a la Sociedad Nacional Agraria, Sociedad Nacional de Industrias, Sociedad Nacional de Minería y Petróleo, más las Cámaras de Comercio e Industrias que funcionan en todas las capitales regionales y en muchas de las provincias del país como simples comparsas de un poder central aliado del poder económico capitalista transnacional y cuyo comportamiento filisteo puede verse en la defensa que hace la Cámara de Comercio e Industria de Cajamarca a la empresa Newmont-Yanacocha frente a la lucha de los pueblos de esa región. Los que dirigen estas instituciones proclaman que sus intereses privados son los intereses del país, de la nación y hasta del pueblo. El Estado con sus leyes y su fuerza represora están a su servicio. Todos los que se rebelan contra esos intereses son “enemigos” del progreso y del desarrollo del país. Tienen sus propias escuelas, su propio sistema de salud, su propia seguridad que incluye policías del Estado para cuidar sus empresas, y hasta evaden impuestos perjudicando al Estado. En los últimas décadas han preferido gobernar directamente asumiendo cargos ministeriales, parlamentarios y en los organismos descentralizados, demostrando que, con su desempeño, que su único interés es mantener sus privilegios, como ocurrió con la presencia de un empresario fujimorista (Julio Favbre) en el plan de reconstrucción de la región Ica devastada por el sismo en el 2007: robos, ineficacia, impunidad…

Un Poder Judicial al servicio de los poderosos

El Poder Judicial, al margen del procesamiento y condena a los jefes de la mafia que gobernó el país entre 1990 y el 2000, mantiene su ineficacia para administrar justicia en forma oportuna y respetando el debido proceso. Su sometimiento al poder político de turno es una de los rasgos más sobresalientes. La intervención actual del Fiscal de la Nación y del Ministro de Justicia en los ilegales procesos judiciales contra el Alcalde de Espinar, el Presidente de la Región Cajamarca y de numerosos dirigentes que están luchando para defender el medio ambiente en el Perú, tiene una evidente y abierta motivación política desde el Poder Ejecutivo y el propio Congreso de la República. El significativo incremento de los haberes a los magistrados no ha eliminado el sistema de corrupción imperante en su actuación. Lo que se descubre no constituye sino una parte de la corrupción en el Poder Judicial, pues permanentemente se van descubriendo nuevos hechos delictivos consistentes en cobrar a los litigantes para empezar, acelerar y cambiar el sentido de las resoluciones judiciales.

Como para demostrar su servicio a los poderosos, la Sal Plena de la Corete Suprema presidida por el magistrado fujimorista Javier Villa Stein ha resuelto abrir las puertas de la prisión a los criminales del Grupo Colina y dar la clave para que el propio Alberto Fujimori abandone su celda dorada en el más breve plazo. No es posible que esta maniobra del tinterillaje criollo ocurra sin la existencia de condiciones favorables para la impunidad. Los magistrados que han actuado como vulgares tinterillos saben que el ambiente es favorable para semejantes decisiones judiciales.

El militarismo como ideología histórica

El militarismo en el Perú nace con la misma República, de la cual fue su sostén político, pero también una ideología del “orden” y la “tutela” de la nación, aunque en la realidad esa tutela solo favorece a los grandes propietarios. No hay duda que, desde 1990, un nuevo militarismo se ha instalado en el Perú: ese militarismo fujimontesinista que combinaba el ejercicio del poder con los negocios, el enriquecimiento corrupto y hasta la traición a la patria. Era imposible, por ejemplo, que nuestros jefes militares de esa década podrían haber conducido exitosamente la guerra del Cenepa con el Ecuador (1995), pues su interés fundamental se concentraba en cuidar su patrimonio mal habido, producto del narcotráfico y de compras irregulares de material bélico, poniéndose al servicio de un gobierno mafioso y criminal. Ese militarismo no ha desaparecido en los últimos 12 años; se ha agazapado y en este primer año de gobierno del Presidente Humala ha vuelto a tener significativas cuotas de poder. El propio Presidente Humala se ha encargado de recordarnos que las Fuerzas Armadas son la “tutela de la Nación”. Acto seguido recoge a militares retirados para las funciones de Primer Ministro, Ministro del Interior y asesor principal, de innegable formación fujimorista, tanto que la propia hija de Alberto Fujimori, Keiko, defendió al prepotente Primer Ministro porque “lo está haciendo bien”. Se entiende mejor que en el breve tiempo de gobierno “nacionalista” ya tengamos 14 muertos, decenas de heridos y otras decenas de enjuiciados por subversión contra el “Estado de derecho”.

La cultura criolla dominante

¿Y la cultura peruana actual? Si entendemos como cultura todas las formas multifacéticas que adquiere la vida social en un país o en un continente, o en el mudo de la globalización neoliberal, la cultura peruana actual puede ser caracterizada como el entrecruzamiento de distintas culturas: las que han germinado en un largo proceso de creación humanas que viene de no menos de 20 mil años y que han pasado por un proceso de aculturación desde, incluso, la época prehispánica, como las culturas populares; y la cultura formada a partir de la colonización española que ha adoptado elementos y valores de la cultura imperialista, principalmente de Estados Unidos: es la cultura dominante en el Perú republicano del siglo XX y del que acaba de iniciarse. La pluriculturalidad de la que habla la antropología es una realidad, pero carece de de la fuerza como para imponer la “interculturalidad. Lo que se impone son los valores culturales de la cultura dominante en el Perú, la cultura criolla con sus taras estudiadas por el filósofo Augusto Salazar Bondy y otros intelectuales del siglo XX. Esta cultura dominante nos entrega diariamente el espectáculo del individualismo, el exitismo, el barroquismo al que se refería Luis Alberto Sánchez, los métodos más cínicos para conseguir objetivos personales, la valoración excesiva de lo adjetivo y el desprecio por lo sustantivo, el oportunismo político, la huachafería en casi todas las expresiones sociales, el arribismo del “sobe” y “raje”, la presunción y la apariencia para “ser” lo que no se es, el lenguaje demagógico y embaucador que han copiado hasta los choferes de taxi , el racismo que viene de la clase dominante y que se reproduce en ciertos estratos de las clases subordinadas, especialmente en la pequeña burguesía. Esta cultura dominante, vía la política, se viene extendiendo hacia las propias culturas indígenas u originarias. Si se puede hablar de una “cultura del espectáculo” (Ernesto Sábato: “España en los diarios de mi vejez”, Seix Barral, 2004) o de una “civilización del espectáculo” (Mario Vargas Llosa: “La civilización del espectáculo”, Alfaguara, 2012), a la cultura y la civilización peruana actual le corresponden ambas caracterizaciones, lo que se puede observar mejor en la prensa peruana, y no solo en la farandulera, sino en todos los periódicos, en la radio y canales de televisión. Es la presencia nacional de una cultura que algunos denominan “posmoderna”, cuyos valores están sujetos al valor de cambio. Se trata, en verdad, del reflejo nacional de la cultura burguesa en crisis, que entra en contradicción con el desarrollo portentoso de la ciencia y la tecnología y con las posibilidades y aspiraciones de una vida superior desde el punto de vista humano. Refiriéndose al criterio que predomina en esta cultura, Ernesto Sábato señala: “El criterio que predomina responde a la cultura del espectáculo y las necesidades del mundo empresarial”. El mundo empresarial de hoy es el del capitalismo neoliberal en cuyas redes la clase dominante peruana se encarama para seguir dominando. Se puede afirmar que “nuestra cultura” dominante hoy es la que se ha configurado como manifestación ideológica de los valores dominantes del neoliberalismo.

La prensa peruana actual se caracteriza, fundamentalmente, por un doble comportamiento: por un lado, usando una discrecional concepción de la “libertad de prensa” difunde cualquier esperpento informativo y, usando el condicional, puede hacer afirmaciones negativas de las personas, sin responder por el daño moral que produce y su contribución a la utilización de la información en la generación de escándalos para vender su producto; por otro lado, su venialidad ante los gobiernos de turno que se identifican con los interesas empresariales, a la vez que la condicionalidad de su línea editorial e informativa a los intereses de estas. En estos tiempos de neoliberalismo, casi sin excepciones, la prensa peruana proclama permanentemente el “gran papel” de las empresas en beneficio del Perú y del pueblo, no solamente con expresiones directas de los noticieros, sino a través de la inversión en publicidad. Los dueños de la prensa peruana y los que dirigen los programas suelen proclamar su “independencia” y su oposición a cualquier censura, pero esconden la autocensura que practican ante el poder económico de las empresas que permiten las grandes ganancias a los empresarios de la prensa y a los directores de los programas. Hay que agregar el contenido embrutecedor de la mayoría de los programas de radio y televisión, la información amarilla y banal que desvían la atención de la población de los problemas del país. Esta prensa no contribuye en nada con el proceso de la educación social y escolar. Mientras critica el memorismo, por ejemplo, sus concursos para niños y jóvenes propician, precisamente, el memorismo, como es el caso del programa “Los que más saben”, de Radio Programas del Perú, acaso la emisora de mayor alcance, antigüedad y sintonía del Perú.
Ha sido suficientemente difundido el comportamiento corrupto de esa gran prensa y de no pocos “respetables” periodistas durante el dominio de la dictadura fujimontesinista, los mismos que, luego de “esconderse” por un tiempo, han vuelto hoy como si nada hubiese ocurrido, presentándose como “moralizadores” y “defensores de la democracia” contra los “violentistas” que luchan por sus derechos.

Derecha e izquierda en el Perú de hoy

La división de la lucha política entre izquierda y derecha no es aceptada por las clases dominantes y sus representantes políticos e intelectuales. Consideran que esas definiciones son un mero recuerdo de la división de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria como un asunto de posición física de los asambleístas en el recinto de aquella histórica Asamblea (1789). Pero quedó claro que los emplazados a la izquierda defendían el nuevo orden en gestación, la conquista del poder por la burguesía progresista de ese entonces, con implicancias ideológicas y políticas democráticas; mientras que los del lado derecho pretendían seguir manteniendo el viejo orden feudal, la monarquía moribunda y concediendo, en el mejor de los casos, una Monarquía Constitucional, ideal final de los Girondinos.

Pero el tiempo de esa burguesía progresista llegó en el siglo XIX cuando se dedicó a defender sus intereses de clase dominante (1830, 1848,1871). Hasta abrió, en Francia, el territorio nacional a las fuerzas armadas de Alemania para derrotar a los revolucionarios que buscaban la construcción del socialismo, en 1871. Su papel de izquierda, desde entonces, pasó a la clase obrera, a los oprimidos bajo el imperio del capital a través del trabajo asalariado, fuente de la plusvalía o ganancia de los capitalistas. (Esto es también “anacrónico” para el señor Mario Vargas Llosa y demás neoliberales).

Para camuflar su nueva posición los ideólogos de la burguesía crearon la falsa alternativa, en lo filosófico y político: la llamada “tercera vía”: “ni idealismo ni materialismo”, “ni capitalismo ni socialismo”, ni izquierda ni derecha” respectivamente. Claro que la sustentación filosófico antecedió a la política, y ambas reflejaron que la burguesía y su aparato ideológico y político habían entrado en crisis, la cual, como lo ha demostrado Georg Lukacs (El asalto a la razón y La crisis de la filosofía burguesa), se reflejó en la aparición de numerosas corrientes idealistas en lo filosófico y en variedades de social democracia en lo político.

Todavía está en el recuerdo el énfasis con que el General Juan Velasco Alvarado y sus asesores repetían la frase “ni capitalismo ni comunismo”; también la “novedad” que trajo el Presidente Toledo con su “tercera vía” cuando lanzó su candidatura presidencial por primera vez; y el propio Humala negando la existencia de derecha e izquierda hasta aterrizar hoy en la más vergonzante derecha. Fujimori se metió más al charco de la ignorancia política cuando solía afirmar que él no discutía sino, simplemente, hacía y, por hacer, está donde debe estar. 

Claro debe quedar que la derecha, a esta altura de la historia peruana contemporánea, no puede sino representar a la defensa del capitalismo como un sistema de explotación del hombre por el hombre; mientras que la izquierda es la tendencia de lucha hacia el socialismo como sistema alternativo al capitalista. Las denominaciones de centro, centro derecha, centro izquierda e inclusive la panfletaria denominación de “derecha bruta y achorada” (DBC), imaginada por un derechista que no quiere mezclarse con sus congéneres por supuestos motivos de higiene política, no son sino definiciones caprichosas de la derecha que pretende esconderse como defensora del orden burgués y del neoliberalismo. El propio Maximiliano Robespierre, que miraba más allá de la revolución burguesa triunfante, propugnaba el triunfo posterior de los descamisados a quienes les otorgaba el derecho a la insurrección contra la propia burguesía (Robespierre: la razón del pueblo. Estudio preliminar, selección y notas, Horacio Sanguinetti. EUDEBA. 2003), pues la situación del pueblo francés, que no formaba parte, en realidad, del Tercer Estado (de la burguesía), carecía de futuro con el triunfo de los capitalistas.

Los partidos de la derecha peruana, sin excepciones, están convencidos que fuera del neoliberalismo no hay futuro para el Perú. El capitalismo y su democracia en el Perú no pueden ser puestos en tela de juicio. Toda opción fuera de ella no es sino volver al pasado, como si en el pasado hubiese existido un sistema diferente al capitalismo en el Perú, a no ser que el neokeinesianismo ensayado entre 1968-1975 hubiese trascendido el marco del capitalismo. Cada nuevo partido de la derecha que surge, como arte de birlibirloque, habla del cambio, pero se comporta como tapón de lo nuevo y lo distinto. Hablan de la justicia social pero gobiernan o cogobiernan con el espíritu fenicio que han aprendido de sus antecesores de clase. El APRA (al que desde su fundación el gran dirigente comunista cubano Julio Antonio Mella denominó, con buenas razones, ARPA), Acción Popular, Partido Popular Cristiano, Somos Perú, Fuerza 2011 (que desde Cambio 90 ha cambiado su denominación ene veces para camuflar su asquerosa naturaleza de clase y de grupo), Alianza para el Progreso, Solidaridad Nacional, Alianza para el Gran Cambio, Perú Posible, Partido Nacionalista Peruano son los partidos cuyo discurso fundamental es el mercado, la libre competencia, la inclusión social (nueva táctica conceptual para encubrir la continuación del capitalismo bajo nuevas estrategias), “cambio en democracia”. La mayoría de estos partidos se forman “al paso”, o “al toque” como se dice en el Perú cuando se realiza algo ligeramente, para participar en los eventos electorales, sin programa y sin ningún escrúpulo para vender el logo a quien quiera ser candidato, convirtiendo a la organización en una suerte de “vientre de alquiler”. Estos partidos representan a una clase, repetimos, históricamente incapacitada para construir, inclusive, un país democrático liberal. Su destino de comparsa del poder extranjero se nota hasta en su forma de hablar, de vivir con signos de opulencia, de desprecio a los que consideran sus subordinados, su racismo y su licencia para burlar la ley que ellos mismos elaboran y promulgan. Los partidos y grupos regionales, que han crecido como hongos en los últimos 20 años, en su gran mayoría, no son sino propuestas estrechas de burguesías regionales de derecha que pretenden participar del festín neoliberal sin ninguna visión de desarrollo para su región.

Los partidos de izquierda en el Perú de hoy son producto, en una primera etapa, de una historia larga de luchas sociales, desde fines del siglo XIX hasta las primeras tres décadas del XX. Luchas sociales del proletariado naciente, del campesinado y de una pequeña burguesía estudiantil que se atrevió a rebelarse contra la vieja estructura universitaria regentada por el conservadurismo colonial supérstite, movimiento estudiantil que se unió a la lucha obrera e hizo su propia reforma universitaria a partir de 1919, bajo la influencia, principalmente, de la Reforma Universitaria de Córdoba (Argentina) de 1918. El fundador más sobresaliente de la izquierda en el Perú fue, qué duda cabe, José Carlos Mariátegui, un hombre salido de las clases oprimidas y autoeducado a partir de sus relaciones con las luchas sociales de su tiempo, con las ideas renovadoras del marxismo, su profunda convicción de que al capitalismo le sucedería el socialismo como creación heroica del pueblo peruano. Su partido, el Partido Socialista fundado en 1928 luego de un largo, sistemático y paciente trabajo de formación y organización obrera, de investigación y difusión del pensamiento socialista y de la cultura de vanguardia, fue, en realidad, por el programa aprobado, un partido comunista, denominación que adoptó desde 1930 (Partido Comunista del Perú). El intelectual de mayor valía que ha producido el Perú y uno de los más sobresalientes de América Latina, siendo el marxista latinoamericano más estudiado dentro y fuera de nuestra América, organizó a la clase obrera y a los campesinos yanaconas, propició la difusión crítica de las nuevas ideas. Su muerte prematura nos privó del ideólogo que hubiese dado un nuevo rumbo en la historia contemporánea del Perú. Lo decimos porque su obra quedó inconclusa.

Desde su muerte en 1930 el partido que fundó no encontró una conducción y dirección capaces de avanzar en la lucha por la conquista del poder y la transformación revolucionaria de la sociedad peruana para la realización del socialismo. Desviación de izquierda primero, luego de derecha, hasta su caricatura más contraproducente con Sendero Luminoso, formaron parte de una etapa de serios errores y hasta traiciones, dejando el espacio propicio para que el liberalismo socialdemócrata del APRA primigenia embaucara a un sector importante de las masas oprimidas del país, mientras ese partido se entendía con la derecha oligárquica, imponiendo su dictadura sindical entre 1930 y 1960.

En esta década, confrontada por las nuevas luchas revolucionarias del mundo y de América Latina y por las luchas campesinas de fines de años 50 y principios de los 60 del siglo XX, la Revolución Cubana y la lucha guerrillera de esos años en el Perú, la dirigencia del Partido Comunista Peruano, que se consideraba heredera de Mariátegui, se vio sacudida por la juventud revolucionaria militante que derivó en una ruptura partidaria dando paso a la recuperación de la denominación del nombre del partido: Partido Comunista del Perú, que incorporaba a su contenido ideológico la experiencia de las revoluciones triunfantes con su estrategia del campo a la ciudad en países donde el componente campesino era importante. Al mismo tiempo, como producto de la creciente derechización del APRA y su oposición a la orientación socialista de la Revolución Cubana, un grupo de militantes jóvenes y de intelectuales de indudable valía, se separaron del viejo partido y formaron el “APRA Rebelde” que luego se transformó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), todo ello entre 1958 y 1959, fuerza que protagonizó el movimiento guerrillero de liberación más importante del Perú bajo la dirección de Luis de la Puente Uceda, abogado de profesión y autor de una tesis de graduación sobre la reforma agraria que requería el Perú de aquellos años.

Sin ser minucioso ni extender en demasía este texto, me concreto a señalar algunas de las más importantes fuerzas de y en el Perú entre la década de 1940 y 1990, algunas de las cuales existen aún en la actualidad, señalando su identidad fundamental

Partidos de la derecha

Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre en 1924 en México, con pretensiones de alcance continental. En 1930, con el fin de participar en las elecciones de 1931, se fundó en el Perú con el nombre de Partido Aprista Peruano adoptando el programa general del APRA con 5 postulados de supuestos contenidos democráticos, antiimperialistas, nacionalistas y de justicia social: era, evidentemente, una alternativa reformista socialdemócrata que recogía las reivindicaciones políticas, económicas y sociales frente a un orden social semifeudal bajo el dominio de los terratenientes, por lo que recibió, por el lado de amplios sectores populares, la adhesión de estos, pero, por el lado de la vieja oligarquía, el rechazo, el odio y la persecución por décadas. Su línea política empezó a virar hacia la derecha oligárquica desde la década de los años 40 (“no se debe quitar la riqueza al que ya la tiene, sino crear riqueza para los que no la tienen”, de un discurso de Haya de la Torre) y, con mayor derechización, desde su alianza con el oligarca banquero Manuel Prado Ugarteche, cuyo segundo triunfo electoral en 1956 fue posible gracias al apoyo del APRA: era el inicio de un proceso de ruptura interna ocasionada por el descontento de militantes jóvenes e intelectuales. El definitivo viraje hacia la derecha se produjo con la adopción del proyecto neoliberal por el nuevo jefe aprista, Alan García Pérez, desde la década de los años 80, cuando durante su primer gobierno (1980-1990) se concretó a administrar la crisis económica y social que empezó en la década anterior, anunciando la vieja tesis de los “trabajadores privilegiados” en una pirámide social con el sofisma de que la mayoría no tiene trabajo. Durante su segundo gobierno (2006- 2011) y hasta la actualidad, la alternativa neoliberal es la exclusiva ideología del APRA o PAP. Si se habla de corrupción en el proceso de la república peruana, este partido y su dirigencia se disputan los primeros lugares en la administración gubernamental que les ha correspondido. La pequeña tendencia interna de “APRA Moral” carece de significación para “recuperar” la alternativa abandonada, pues la fuerza que domina la organización es, hasta cierto punto, invulnerable. Pero, principalmente, no hay nada de izquierda ni de moral recuperables en el viejo partido.

ACCIÓN POPULAR, partido fundado por el Arquitecto Fernando Belaúnde Terry en 1956, como resultado de un proceso de polarización política entre los liberales más modernos y los conservadores que seguían defendiendo el viejo orden oligárquico de terratenientes y banqueros. El joven político logró la adhesión de los jóvenes profesionales progresistas, poblaciones del interior del país y hasta de sectores de izquierda que levantaban reivindicaciones nacionalistas para la recuperación de la explotación del petróleo, reivindicaciones democráticas de reforma agraria, la industrialización del país, la integración del territorio, etc. El nuevo partido hacía suya la tradición colectivista del imperio incaico que fue resumido en el lema partidario como “El pueblo lo hizo”, hábilmente utilizado por Fernando Belaúnde para generar en la población del interior un apoyo incondicional. Pero todo ese potencial político fue rápidamente dilapidado durante su primer gobierno ((1963-1968): todas las promesas nacionalistas y democráticas fueron traicionadas dando origen a un movimiento de ruptura interna de la que emergió un nuevo aunque pequeño y efímero partido de corte liberal: Acción Popular Socialista: la corrupción y la sumisión al imperialismo de Estados Unidos dieron término a esa experiencia liberal nacionalista. ACCIÓN POPULAR, tal como hoy existe, es un partido con escaso arraigo en el pueblo y no tiene otro programa que el neoliberal bajo la propuesta de la regulación del libre mercado por el Estado. Su único escenario de actuación política es la parlamentaria, sus tácticas de alianzas con los representantes parlamentarios de otros partidos, o en las elecciones municipales donde han demostrado escasa capacidad para una buena administración.

PARTIDO POPULAR CRISTIANO, partido forjado por el ala conservador de la DEMOCRACIA CRISTIANA en 1966, pues la DC se comprometió con el gobierno reformista del General Velasco Alvarado. El PPC se formó para defender a la vieja oligarquía peruana frente a la defensa de las reivindicaciones nacionales y democráticas que los principales dirigentes de la DC promovían en alianza con otros sectores progresistas. Sus principales líderes fundadores, Manuel Polar Ugarteche y Luis Bedoya Reyes, fueron protagonistas de la Constituyente de 1978-1979 en alianza con el APRA, pero hoy defienden la Constitución fujimorista de 1993. Su principal líder actual, Lourdes Flores Nano, es una de las más importantes defensoras del programa neoliberal en nombre de una supuesta “doctrina social de la iglesia” (católica), evidentemente del sector católico conservador. El mote con el que se le caracteriza, “partido de los ricos”, no es un insulto sino la descripción exacta de su ideario reaccionario.

FUERZA 2011, o partido fujimorista, es el nombre actual de CAMBIO 90, partido fundado por el ingeniero y profesor universitario Alberto Fujimori Fujimori para participar en las elecciones de 1990, siendo elegido como producto del rechazo a la candidatura del escritor Mario Vargas Llosa que encabezó una coalición de toda la derecha neoliberal (FREDEMO). Inmediatamente luego de su triunfo electoral, el gobierno de Fujimori empezó a implementar el programa del perdedor poniendo en práctica el golpe de Estado (autogolpe) el 5 de abril de 1992 para imponer su política económica de privatizaciones, desnacionalización del país, destrucción de los derechos de los trabajadores y un proceso de corrupción y asesinatos a través del grupo de asesinos clandestinos denominado COLINA. Para cada proceso electoral ha cambiado de denominación: Nueva Mayoría-Cambio 90, Vamos Vecino, Fuerza 2000. Actualmente actúa con el nombre de Fuerza 2011. Estos cambios significan el pragmatismo más vulgar en la política criolla, su falta de escrúpulos para defender la corrupción y los crímenes perpetrados por su dictadura de 1990-2000. En realidad, es el partido que mejor representa los intereses del neoliberalismo, aunque un sector de esta corriente prefiere apoyar a alguna otra candidatura neoliberal sin el pasivo del pasado negro de los fujimoristas. Este criterio primó en Mario Vargas Llosa y otros neoliberales en el 2011 cuando Ollanta Humala demostró su viraje hacia el programa del Consenso de Washington. El fujimorismo es la fuerza de derecha más peligrosa para el futuro del Perú.

PERÚ POSIBLE, fundado como PAÍS POSIBLE para las elecciones de 1995 por el economista Alejandro Toledo Manrrique, hombre salido del ande pobre pero educado en Estados Unidos, donde asimiló las ideas neoliberales imperantes en la Universidad de Harvard, cambiando hasta la entonación de su habla castellana original. Se presentó como un liberal de “tercera vía” para distinguirse de los fujimoristas. Una vez en el gobierno, no hizo otra cosa que continuar con el programa heredado, promoviendo su consolidación con la promoción entusiasta del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, luego del fracaso del ALCA (Alternativa de Libre Comercio para las Américas) por la lucha de los pueblos y los gobiernos progresistas de América Latina. Este partido y su jefe se catapultaron con la Marcha de los Cuatro Suyos (año 2000), denominación de una gran movilización promovida, principalmente, por las fuerzas populares bajo el impulso de los partidos de izquierda y los sindicatos influidos por estos. Con el dinero entregado por el empresario inglés Soros (un millón de dólares americanos), Alejandro Toledo impuso su liderazgo en esa lucha que, finalmente, debilitó más a la dictadura de aquella década. Es así como su triunfo en las elecciones del 2001 fue casi la lógica consecuencia de un liderazgo asociado a la derrota del fujimorismo. Su gobernó del período 2001-2006, como ya se dijo, fue más de lo mismo. En la actualidad, después de su debacle electoral en el 2011, se ha puesto al servicio de la nueva administración neoliberal de Ollanta Humala Tasso, buscando promover la imagen del mejor continuador del presente régimen. Tal es la política actual de este partido.

ALIANZA PARA EL PROGRESO es un partido que representa a la burguesía regional de la costa norte del Perú, cuyo líder se ha dedicado al negocio de la educación privada desde su juventud. Su programa no tiene nada de novedoso dentro de la ideología neoliberal. Carece de fuerza para competir en la lucha electoral nacional, pero ha logrado asestar una derrota política al APRA en su más importante base política, Trujillo, lugar donde nació su líder fundador.

OLIDARIDAD NACIONAL, partido y propiedad del otrora funcionario fujimorista y ejecutor de la decisión de privatizar parte de las funciones del Seguro Social, Luis Castañeda Lossio. Es una pequeña fuerza que llegó a gobernar la Municipalidad de Lima a través de sospechosas inversiones en obras públicas, pero que al final no resolvieron ninguno de los problemas de Lima Metropolitana. Actualmente está al servicio del gobierno del Presidente Humala, indudablemente como una forma de neutralizar las investigaciones que pesan sobre su administración municipal y los indicios de corrupción.

PARTIDO HUMANISTA, del ex izquierdista Yehude Simon Munaro, con un ideario neoliberal que le llevó a formar parte del reciente gobierno del APRA y a su alianza con el reaccionario Pedro Pablo Kuczinski. Hasta la denominación de su partido carece de pertinencia política, pues el término “humanismo” corresponde a la filosofía y no a la política que tiene, como se sabe, un contenido de acción. El propio jefe de ese “humanismo político” no ha pensado, precisamente, como humanista para servir a uno de los gobiernos más corruptos de la historia del Perú.

ALIANZA PARA EL GRAN CAMBIO, formada por el neoliberal Pedro Pablo Kuczinski, es una agrupación que ha unificado a grupos de derecha para las elecciones del 2011, pero que hoy solo se mantiene en la persona de su fundador, ciudadano peruano-estadounidense que pretende gobernar el Perú para concluir la venta de los bienes nacionales que aún quedan: tal es su objetivo final, que también, de realizarse, le enriquecería más aumentando sus propiedades en su verdadero país: Estados Unidos.

PARTIDO SOCIALISTA, una de las muchas denominaciones que ha venido adoptando el antiguo partido Vanguardia Revolucionaria dirigida por el actual congresista Javier Diez Canseco, empresario y defensor de los derechos humanos en el marco de sus permanencias denuncias contra la corrupción. Es un partido muy pequeño de tendencia socialdemócrata, de liberalismo radical que tiene como norte estratégico la democratización de la actual democracia sin salirse del marco del capitalismo. La derecha neoliberal considera, sin embargo, que el PS es parte del comunismo y hasta del terrorismo. Su entronque ideológico con el catolicismo del la Teología de la Liberación sigue siendo su orientación fundamental, como lo fue cuando se fundó VR.

TIERRA Y LIBERTAD, partido fundado por el sacerdote católico Marco Arana en Cajamarca, es una fuerza de ideas socialdemócratas dentro de la ideología de la Teología de la Liberación. Se está organizando en otras partes del país pero su actuación fundamental está ligada a la defensa del medio ambiente.

FUERZA SOCIAL, partido limeño hasta hoy que acaba de conquistar el gobierno regional y municipal de Lima Metropolitana. Su importancia actual radica en el papel que cumple para disputar a la derecha neoliberal en el centro mismo de la política peruana, Lima. También tiene una impronta socialdemócrata y una base ideológica procedente de la Teología de la Liberación.

Las tres últimas fuerzas de la derecha peruana son las que pueden considerarse como progresistas y proclives a formar alianzas con fuerzas de izquierda.

La derecha neoliberal tiene hoy por hoy la conducción del país, el manejo de la economía, la política, la educación, los medios de comunicación y todo el aparato de la cultura dominante. Lo que hoy es el Perú, con sus problemas irresueltos, es de su absoluta responsabilidad.

LOS PARTIDOS REGIONALES Y HASTA PROVINCIALES han llegado a convertirse en los protagonistas casi exclusivos de la lucha política en el interior del país, dedicados a buscar el control de los gobiernos regionales y municipales provinciales y distritales. El surgimiento y proliferación de estos grupos políticos, que aparecen y desaparecen, se explica por el proceso de fragmentación de la sociedad peruana, producto, a su vez, de la crisis de esta, por tanto, de su sistema político. Adicionalmente, sobre la base de la crisis, una pequeña burguesía regional, sin ninguna propuesta de desarrollo que resuelva los problemas de su región, provincia o distrito, se ha lanzado a la captura del control del presupuesto para enriquecerse o para beneficiar a sus empresas. Presidentes regionales, alcaldes provinciales y distritales han convertido a la reelección inmediata en el objetivo fundamental de su administración. Las campañas electorales, casi como reflejos de lo que ocurre en las campañas presidenciales y legislativas, son verdaderos circos electorales, especies de timbas donde los compromisos con los financistas de la campaña dan curso a una competencia de despilfarro de dinero en rifas gratuitas, “obras” anticipadas de los candidatos, profusa propaganda televisiva en cuyas imágenes los candidatos besan y abrazan a los niños, ancianos y menesterosos como prueba de su “preocupación” y “amor” amor los más pobres. En esas campañas los candidatos más pudientes compran el mayor número de emisoras y programas de radio y TV, incluidos sus periodistas. Cada “entrevista” tiene un precio y los periodistas esperan los procesos electorales como la mejor oportunidad para salir de la pobreza. Si la cultura política de los gobernantes nacionales es precaria, lo que ocurre con los gobernantes subnacionales están por debajo de lo soportable.

Partidos de izquierda

Un partido de izquierda es aquel que confronta el socialismo con el capitalismo, es decir, propone la lucha contra el capitalismo para conquistar el socialismo. Deja de ser de izquierda cuando pretende que reformando el capitalismo se puede llegar al socialismo, como lo plantearon, hace más de un siglo, los socialdemócratas.

En el Perú, a partir de la década de los 50, fueron surgiendo pequeñas fuerzas de izquierda, la gran mayoría de las cuales desaparecieron de la escena política. Hasta 1964 solo quedó el Partido Comunista Peruano como pretendido continuador del Partido que fundara José Carlos Mariátegui. La década de los 70 del siglo pasado fue el tiempo en el que convivían más de una decena de partidos políticos de izquierda, muchos de ellos desprendidos de un “tronco común” que sería muy tedioso mencionar los en este texto. Esa proliferación de partidos de izquierda dieron origen, en 1980, a una alianza amplia denominada Izquierda Unida (IU), cuya división y luego desaparición solo puede explicarse por concepciones opuestas sobre la lucha por el socialismo, siendo el líder principal de ese frente el desaparecido Alfonso Barrantes Lingán, el representante más claro de la propuesta socialdemócrata de izquierda, respaldado por un importante número de los partidos que conformaban la IU. Los otros partidos tenían una visión marxista, o muy cercana al socialismo marxista, de la lucha electoral y la lucha revolucionaria en particular. Al final se dio el antagonismo entre dos programas, antagonismo que derivó en “excomuniones” mutuas donde el sectarismo y hasta el dogmatismo jugaron su papel, no siendo lo fundamental en la ruptura final como afirman algunos analistas de dentro y fuera de la izquierda.

En el presente tenemos solo 4 fuerzas de izquierda que realizan actividad política real. Los mencionaremos según su grado de organización y su influencia a nivel nacional.

PARTIDO COMUNISTA DEL PERÚ “PATRIA ROJA”, surgido a partir de la insurgencia interna de la juventud comunista del Partido Comunista Peruano en 1964 y que fue fundado en 1968, cuando también se funda Sendero Luminoso a partir de la división del Partido Comunista Peruano “Bandera Roja”, surgido, a su vez, de la división del anterior Partido Comunista Peruano. “Patria Roja” es el mejor y más ampliamente organizado en todo el país y sus bases doctrinarias son el marxismo-leninismo, el pensamiento de José Carlos Mariátegui y el pensamiento de Mao tse-tung en lo que se refiere a la estrategia y la táctica de la revolución, el manejo de las contradicciones en el seno del pueblo y entre las clases oprimidas y opresoras. Actualmente, y desde 1980, ha concentrado su atención en la lucha legal para asumir el gobierno, conquistar el poder y ejecutar reformas democráticas profundas como parte de la lucha por el socialismo, un camino denominado “de nuevo curso” por su jefe Alberto Moreno. Esta lucha legal no ha tenido, hasta hoy, el apoyo de la población, siendo el actual gobierno regional de Cajamarca su base política más importante. En general, se nota un estancamiento en su crecimiento, un desgaste histórico difícil de remontar. Para ampliar su influencia, acaba de fundar un frente con el nombre de Movimiento de Afirmación Socialista (MAS), que no es sino la extensión del mismo movimiento que ha logrado ganar el gobierno regional de Cajamarca. Se percibe que es el mismo partido con otra denominación.

PARTIDO COMUNISTA DEL PERU “SENDERO LUMINOSO”, fundado, como ya se indicó, en 1968 por Abimael Guzmán Reynoso, un profesor universitario y uno de los políticos de izquierda más dogmáticos, sectarios y presuntuosos que se haya conocido en el Perú. En lugar de un partido, realmente creó una secta, grupo ajeno a cualquier forma de alianza política con otras fuerzas de izquierda, inflexibilidad táctica y visión equivocada de la estrategia revolucionaria. El único viraje que pudo dar fue la impuesta por su derrota política definitiva en 1992, aunque algunos de sus seguidores prosigan con su “guerra popular”. Su lucha anárquica, militarista y terrorista dirigida contra el sistema capitalista en el Perú le da su identidad de izquierda; pero los resultados de su acción y las ideas que lo impulsan le sitúan como una fuerza disociadora en el seno del pueblo a favor de la reacción conservadora. Gran parte del desprestigio de la izquierda en el Perú se debe a su nefasta actuación liquidadora del movimiento popular y su papel en verdaderos crímenes contra civiles indefensos. El MOVADEF, como brazo legal del senderismo, es una caricatura de partido político incluso para su participación electoral, mucho más cuando el meollo de su “programa político” es la libertad de su dirigente máximo., aunque para ellos sea una táctica al servicio de su estrategia de supervivencia política. Su presencia es un fardo muy pesado para un futuro desarrollo de la izquierda en nuestro país. La derecha la necesita para denostar de la izquierda.

PARTIDO COMUNISTA PERUANO, más conocido como “Unidad” por el nombre de su periódico que ya no existe. Es un partido muy pequeño que sobrevive en la conducción de la CGTP y su base sindical principal, la Federación de Construcción Civil, un sector del proletariado peruano que carece de conciencia de clase hasta llegar al enfrentamiento interno por cupos de puestos de trabajo en las obras públicas y privadas. Actualmente cogobierna con el actual régimen a través de uno de sus dirigentes en el Vice-Ministerio de Trabajo. Su alineamiento anterior con el Partido Comunista de la ex URSS le ha llevado a rechazar las ideas revolucionarias de Mao tse-tung y a proseguir una línea de colaboración con gobiernos supuestamente progresistas, como ocurre hoy y como ocurrió durante el gobierno del General Juan Velasco Alvarado.

PARTIDO SOCIALISTA DE LOS TRABAJADORES., grupo trotskista que viene de agrupaciones trotskistas ya desaparecidas, es más una organización de contados cuadros que de masas. Recientemente se ha pronunciado a favor de los senderistas que dirigen la parcial huelga de profesores, conducta que siempre han tenido los trotskistas en el Perú, especialmente al interior del movimiento magisterial.

La izquierda en el Perú también está en crisis y las fuerzas políticas que la representan han cumplido un ciclo histórico. Una nueva fuerza de izquierda se vuelve necesaria para concentrar y representar las aspiraciones de las masas oprimidas, organizar al proletariado peruano como base fundamental de la lucha revolucionaria en el Perú.

Las perspectivas del Perú

El mensaje presidencial del 28 de julio del 2012, tan esperado por amplios sectores de la población, no ha cubierto las expectativas de quienes quisieron ver un retorno a la ruta de “la gran transformación”.

En general, que es lo principal en este caso, el presidente Ollanta Humala ha reafirmado el programa neoliberal con todas sus características de consolidar lo hecho en los últimos 20 años con el pretexto de mantener la línea del crecimiento al que se debe agregar, “de taquito”, la “inclusión social”, frasecilla muy caro al Banco Mundial para justificar el asistencialismo en todas sus formas.

Después de esa visión general y estratégica del programa gubernamental, el Presidente Humala despachó una cadena de políticas asistencialistas, algunas como repetición de lo realizado hasta hoy (Cuna Más, Beca 18, SAMU y Pensión 65), y otras referidas a la salud pública y Essalud, creando nuevos servicios cuando los actuales son no solamente deficientes sino restrictivos para los propios asegurados. Mantiene la fragmentación de los servicios de la salud en el Perú, sobre todo, las profundas desigualdades existentes.

Con la demagogia de la “defensa del agua” sigue manteniendo la presencia depredadora de las transnacionales de la minería, sin pronunciar una sola palabra sobre el problema generado por el Proyecto Conga en Cajamarca. Un artículo constitucional que defina el derecho al agua es como establecer, tautológicamente, otro artículo sobre el derecho a la alimentación o sobre la salud. Todo está dicho en el derecho a un ambiente saludable. El agua ya se vende en el Perú como una mercancía más que engorda a unos cuantos.

Ninguna mención ha merecido la recuperación de los derechos de los trabajadores ni la promulgación de una nueva Ley de Trabajo, y su referencia general al problema magisterial no pasó de un anuncio que hoy se torna difícil de definir, ya que con el programa neoliberal en curso los derechos de los trabajadores en la educación son considerados contrarios a los derechos de los estudiantes.

La industria petroquímica como proyecto tendrá en el sector privado su base de financiamiento y de aprovechamiento fundamental. Así lo establece la Constitución fujimorista que nos rige y así lo quieren los grandes empresarios.

La llamada reducción de la pobreza hasta el 16% en el 2016 carece de base objetiva, pes ese cálculo se refiere a cuántos más se entregarán becas, pensión 65, dinero del programa Juntos y otras donaciones para que millones de peruanos solo mitiguen la pobreza en que viven. Si a eso se denomina reducir la pobreza, entonces no necesitamos sino vivir del asistencialismo y seguir minando el territorio nacional para extraer más minerales sin necesidad de industrializar el país ni crear una agricultora próspera que dinamice las fuerzas productivas del campo poniendo en manos de los campesinos las tierras, las herramientas e insumos necesarios para desarrollar el campo. El asistencialismo no reduce la pobreza; la encubre hasta convertirla en la forma “normal” de vivir de la mendicidad legalizada. Tal es el camino neoliberal que ha escogido el Presidente Ollanta Humala.

La derecha que critica el mensaje de Humala, especialmente la que escribe en La República, es hipócrita. ¿No quiere, acaso, que el neoliberalismo continúe? El mensaje lo reafirma. ¿Qué ha querido escuchar? Más “coherencia” para defender el sistema, más firmeza en esa defensa, sin entender que el Presidente tiene que dispersar los anuncios para crear la percepción de lo “mucho” que llegará a los “más pobres”.

Hasta el 2016 caminaremos, por de pronto, con las mismas andaderas neoliberales, Si hasta entonces no aparece en el Perú una nueva fuerza de izquierda que impulse la lucha del pueblo peruano por la transformación y por el socialismo, llegaremos al 2021 con la misma clase dominante y su gobierno.

Que Bolívar y San Martín descansen en paz,

Lima, julio 31 del 2012.

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