José Ramos Bosmediano
Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales,
miembro de la Red Social para la Escuela Pública en las Américas (Red SEPA,
Canadá), ex Secretario General del SUTEP (Perú)
A un año de gobierno del Presidente
Ollanta Humala Tasso ya tenemos configurados los elementos básicos de la
política nacional del período 2011-2016. Todas las esperanzas de las masas
populares y de los sectores progresistas que apoyaron fervientemente la
propuesta de “La Gran Transformación” han sido defraudadas por el régimen
instalado el 28 de julio del 2011. Hoy se puede decir que esas aspiraciones
fueron meras ilusiones de un pueblo que no ha cesado de luchar por un país
diferente, libre de la opresión externa e interna. De una propuesta calificada,
dentro y fuera del país, de izquierda y hasta “chavista”, el programa
“nacionalista” se ha pasado a la extrema derecha, al neoliberalismo versión
aprista del 2006-2011. El discurso-mensaje del 28 de julio ha sido aún más
explícito para reafirmar la ruta neoliberal elegida durante la segunda vuelta
electoral del 2011.
Lo dicho no es el producto de una
apreciación subjetiva, pues lo que se observa es un marcado descontento popular
y la presencia como oposición activa de las masas que, votando por un cambio
sustantivo en el Perú, están luchando hoy por otros medios (huelgas, marchas,
movilizaciones, bloqueos de vías de comunicación) para lograr reivindicaciones
que el nuevo gobierno está negándolas. Los sectores progresistas y de izquierda
socialdemócrata que se involucraron en la campaña electoral a favor del
candidato que hoy es el Presidente de la República han empezado a desprenderse
del compromiso gubernamental que, entienden, carece del rumbo trazado en el
programa original. El propio Presidente Ollanta Humala ha eliminado de su
discurso político toda alternativa contraria al nefasto modelo neoliberal,
mucho menos al capitalismo Reiteramos: de la aparente cercanía al programa
bolivariano de Venezuela, pasando por el modelo capitalista socialdemócrata de
“Lula” Da Silva, pasó a asentarse, sin retorno, en el continuismo neoliberal
del gobierno aprista del período 2006-2011. Para encubrir el camino
reaccionario, después de la primera vuelta electoral planteó medidas efectistas
pero insustanciales como “Beca 18”, “Cuna Más” y “Pensión 65”, exhibiéndolas
hoy como grandes logros educativos y sociales.
Vale, pues, el intento de
establecer los elementos que explican, siempre aproximadamente, la situación
política en la perspectiva del presente lustro gubernamental.
El Estado y la economía:
subordinación a la globalización neoliberal.
Todo el modelo del “Consenso de
Washington”, o capitalismo neoliberal impuesto durante la década de 1990-2000
por el fujimontesinismo, sigue en pie, con el proceso adicional de su
consolidación durante los primeros diez años del siglo XXI. Humala Tasso, que
juró y perjuró cambiar la situación económica y social del Perú en su período
de gobierno, ni por lo menos ha tocado, en este primer año, lo más mínimo de lo
hecho por sus tres antecesores neoliberales.
Se mantiene y defiende el
carácter subsidiario del Estado peruano definido en la Constitución fujimorista
de 1993, subsidiaridad que se concreta mejor en los TLC normados por la
Organización Mundial del Comercio (OMC) que creó un organismo para la solución
de diferendos entre las empresas y los estados donde aquellas realizan sus
inversiones (CIADI), verdadero organismo de coacción jurídica con sede en
Estados Unidos. Es sabido, por normas expresas del OMC, que en la solución de
los diferendos predominan los mecanismos jurídicos del país sede de las
empresas inversionistas, no del país receptor de las inversiones. Las
transnacionales tienen la facultad de enjuiciar a los estados que osen regular
sus actividades. Tanto el ex Presidente Alan García como el actual Presidente,
cuando eran candidatos, prometieron no firmar el TLC con Estados Unidos (el
primero) y revisar el mismo tratado (el segundo). No solamente no hicieron
nada, sino que se han convertido en promotores de nuevos TLC, como el que
actualmente ha negociado Humala Tasso con el bloque del euro, una economía que,
en profunda crisis, solo buscará más altas tasas de ganancias para sus
inversiones en los países “emergentes” como el Perú.
Esta política estatal significa,
sin duda alguna, mantener la subordinación de nuestro país al dominio
imperialista, principalmente al de Estados Unidos, derivando en una obligada
opción de apoyo a las imposiciones del G-8 en lo económico, político y militar.
Esta opción se nota en la poca intervención del Perú en el proceso de
redefinición de las nuevas relaciones que se deben establecer entre América
Latina y los países de Norte América (EE.UU. y Canadá), situándonos en el
bloque de los países sudamericanos al extremo derecho del espectro político de
nuestra América.
Se mantiene el Estado
privatizador, abierto y débil para los grandes empresarios, pero fuerte y
prepotente para los pueblos y trabajadores que luchan por sus derechos y por la
defensa de nuestros recursos naturales. Los puntos más álgidos y significativos
de este poder estatal que protege a los más ricos y desprecia a los oprimidos
son Espinar en el Cusco y Conga en Cajamarca. Particularmente el caso de la
defensa de la cabecera de cuenca en el Conga significó el declive definitivo de
toda la demagogia que fue el “radicalismo” humalista de “La Gran
Transformación”, incluso de la misma “Hoja de Ruta” que supuestamente era un
viraje táctico electoral para transitar hacia los objetivos estratégicos de los
cambios estructurales que nuestro país requiere.
El Estado privatizador sigue
siendo la característica fundamental de la dinámica económica bajo la égida de
dos puntales del crecimiento del PBI: el capitalismo especulativo y el
posicionamiento monopólico de las transnacionales en los sectores básicos de la
economía y los servicios públicos, hasta donde se podría hablar de lo público
en un país donde la mayor parte de los servicios están en manos privadas, con
empresas, como Telefónica, que se niegan a pagar sus deudas al Estado.
El problema del Estado en el Perú
actual no está, como vienen sosteniendo políticos y analistas que ven la
realidad desde esquemas ideológicos a lo sumo eclécticos, en si este Estado
llega o no llega a todo el país, o que es simplemente débil. El Estado peruano
dominante hoy es el Estado capitalista neoliberal, propiedad de una gran
burguesía interna que gobierna según los intereses de la gran burguesía
internacional cuyas más visibles y cercanas expresiones de su poder son las
transnacionales de las finanzas y la economía primario-exportadora en la
minería metálica, hidrocarburos, pesca marina, más el manejo de las
telecomunicaciones y la energía eléctrica, el transporte aéreo y marítimo.
Estado atado de manos para no establecer impuestos directos a las rentas más
elevadas, vale decir, a los más ricos. Hasta en materia tributaria la
Constitución fujimontesinista protege a la burguesía en el poder. En el
supuesto de que el Estado establezca su “presencia” en los distritos y poblados
más alejados del país, esa presencia no cambiará la estructura de desigualdades
profundas en que se mueve la sociedad peruana actual. Uno de los casos sobre
esta realidad es el de la nueva provincia de Datem del Marañon, lograda por la
lucha heroica de su población con el saldo de un joven asesinado por la policía
y numerosos dirigentes enjuiciados por “promover disturbios en agravio del
Estado” durante el gobierno del Presidente Alejandro Toledo (2001-2006): su
situación de pobreza, abandono y manejo burocrático y corrupto de funcionarios
no ha variado, salvo el caso de una funcionaria judicial La Doctora Katiuska
Hurtado Sifuentes que, lamentablemente, fue cambiada a otra jurisdicción de la
misma región Loreto.
El Estado peruano actual dista
mucho de ser un ente descentralizado. Sus autoridades locales y regionales no
tienen ni siquiera la posibilidad de planificar su desarrollo, mucho menos
llevar a cabo acciones definidas y efectivas para defender su patrimonio
natural, pues por encima de ellas están las transnacionales a través de
contratos irrevisables que les permite depredar los suelos y el medio ambiente
sin oposición alguna. Cualquier intento de oposición contra esos privilegios se
resuelve con la represión desde el gobierno central. Los casos de la represión
física y jurídica contra el Alcalde de Espinar y el enjuiciamiento al
Presidente regional de Cajamarca, así como a los dirigentes de los Frentes de
Defensa, definen muy bien la naturaleza antinacional y antidemocrática del
Estado peruano actual. Pero para la mayoría de los gobiernos regionales la
descentralización en tales condiciones les es favorable en la medida en que así
pueden encubrir su pobre desempeño y la falta de un proyecto regional de
desarrollo para su respectiva región, cuando no encubrir irregularidades en su
administración. No es casual que en la reunión del día 8 de junio con el
Presidente hayan sido concesivos con este pese a los atropellos contra un
Alcalde y un Presidente regional. Resulta un hecho insólito que las
transnacionales mineras (Zstrata, Newmont-Yanacocha, etc.) se conviertan en
financiadoras y ejecutoras directas de “obras de desarrollo”, reemplazando a
las instituciones regionales y municipales de los ámbitos donde operan, y al
propio gobierno central, método por el cual logran la denominada “licencia
social” para depredar el medio ambiente. La existencia de gobiernos regionales
y municipales, en tales condiciones, carece de sentido, salvo para inaugurar
las obras. Para las transnacionales, en cambio, ese método de explotación
significa pagar tributos y regalías irrisorios.
El Estado neoliberal, sobre la
base de la economía de mercado, está sometido a las fuerzas irracionales de
esta, sin necesidad de planificar el desarrollo, pues la planificación
estratégica de las grandes empresas establecen el ritmo en el corto plazo según
sus expectativas privadas de acumulación y elevación de sus tasas de ganancia.
Es el ritmo de las transnacionales y los precios internacionales de las
materias primas necesarias para el gran capital internacional los que
determinan el crecimiento económico en cada coyuntura o en cada ciclo de
crecimiento. El Estado peruano es el receptor pasivo de esa dinámica. Carece de
capacidad para ejercer su autoridad ante esas fuerzas externas. Según los
defensores de este sistema de acumulación capitalista, el mercado “siente”,
“reacciona”, “prohíbe” o “permite” no hacer o hacer algo, respectivamente: es
una entelequia, un mito que expresa la alienación de una clase social que ha
perdido la racionalidad de su comportamiento, pero no se da por aludida cuando
sus decisiones conducen a la bancarrota, como viene ocurriendo desde el 2008 en
los propios centros de dominación mundial y sus periferias más cercanas
(España, Italia, Grecia, Portugal). En el Perú de los años 90 del siglo XX se
pasó de la euforia de las grandes inversiones propiciadas por la masiva
privatización de los activos del Estado a una mayor crisis de fines de la
década, expresada por el alto índice de pobreza y pobreza extrema.
El Presidente Humala se está
encargando, siguiendo al ex Presidente Alan García que ofrecía el Perú a los
grandes inversionistas mientras negaba a los trabajadores sus derechos, de
continuar poniendo al Perú a los pies de las transnacionales de Europa, Asia y
Norteamérica, abriendo más las puertas para profundizar la neocolonización de
nuestro país. En Bruselas y en Madrid ha ofrecido el Perú como el mejor
escenario para las grandes inversiones, mientras que los dueños de Telefónica
han definido al Perú como su mejor plaza de negocios, sin decir nada sobre su
deuda (no pagada) de más de tres mil millones de dólares al Estado peruano.
En las nuevas condiciones de
penetración imperialista en el Perú las relaciones que en el pasado se
denominaban “asimétricas”, no han cambiado. Hoy nos definen como país
“emergente” porque se da un crecimiento económico de más del 5% que obedece,
principalmente, a la explotación y las exportaciones de materias primas
mineras. Como en ciertas coyunturas de nuestra vida republicana, el mismo
espejismo de progreso, modernización y desarrollo; pero en realidad, la crudeza
de mayores desigualdades económicas, sociales y culturales.
La vieja lacra de la política
criolla: Un parlamento de espaldas al
pueblo
Politólogos y analistas de
nuestra vida política suelen afirmar que los parlamentos actuales (1990-2012)
carecen de las calidades de los del pasado. Seguramente que se refieren a
cierta preparación cultural y profesional de algunos parlamentarios de aquellos
tiempos, duchos en discursos prolongados y cargados de retórica (un connotado
parlamentario del partido gobernante del período 1963-1968 ofreció un discurso
continuado de 30 horas y, cuando le preguntaron por qué había hablado tanto,
contestó: “para joder”). En ese sentido, tienen razón, pues lo que hoy
observamos en el Parlamento peruano es un conjunto de individuos que sobresalen
por su mediocridad cultural, profesional y moral, verdaderos buscadores del
escenario legislativo para forjarse una fortuna o un buen salario para satisfacer
sus apetitos de vivir mejor que los demás o, en muchos casos, acrecentar sus
ganancias empresariales. Gran parte del tiempo del trabajo parlamentario está
dedicado a “investigar” casos de corrupción de los propios miembros de ese
poder del Estado, sin resultados favorables a su desempeño como una institución
al servicio de los pueblos del Perú, del propio país y de los ciudadanos. La
procedencia de la mayoría de parlamentarios no obedece a criterios valorativos
de idoneidad; más bien es el producto de cuotas económicas para contribuir con
la campaña electoral, cuando no a lealtades cómplices con los dueños del
aparato político de cada partido. En otro sentido, hay candidatos
“independientes” que van pasando de un grupo a otro como tránsfugas que, una
vez elegidos, pueden ir ofreciendo “sus servicios” a otro grupo. A diferencia
de los parlamentos europeos, en nuestro país no hay asesores especializados
para cada el Parlamento como institución, sino que son los parlamentarios los
que eligen a discreción sus asesores: amigos, parientes y hasta empleados que
solo cumplen el papel de portapliegos o técnicos en computación, lo que explica
el pobre desempeño de la gran mayoría de parlamentarios. En un extremo de
cinismo, en la última campaña electoral se mostraron por lo menos dos decenas
de candidatos financiados por las empresas mineras, verdaderos alfiles y peones
para operar de manera predeterminada a favor de los grandes intereses privados.
En el Parlamento peruano actual no es raro encontrar sujetos con juicios
pendientes o ya ejecutoriados por delitos comunes, otros que utilizan a sus
“asesores” para trabajos domésticos, etc. Los que forman parte de las
excepciones a la regla, carecen, sin embargo, de suficiente temple como para
sancionar, por lo menos, drásticamente a los impostores; más bien pareciera que
ese escenario no les perturbara más allá del escándalo mediático que genera.
¿Qué haría un hombre probo y capaz en un Parlamento como el peruano?
En general, con todas las
diferencias entre los parlamentos del pasado y los actuales, el Poder
Legislativo peruano no ha producido un ordenamiento jurídico que corresponda a
una república democrática, es decir, a las aspiraciones de justicia para el
pueblo peruano. Los escasos derechos conquistados por los trabajadores y el
pueblo no han nacido de la iniciativa de los legisladores, sino de la lucha de
aquellos. Un ejemplo claro para el Parlamento bicameral del período 1963-1969
es la frustración de la recuperación de la explotación petrolera de la Brea y Pariñas
de la propiedad de la International Petroleum Company (IPC) y de una Ley de
Reforma Agraria que democratice la propiedad agraria y dé término a la
dominación de los terratenientes que mantenían sistemas serviles de explotación
en el campesinado. Fue el gobierno militar instalado el tres de octubre de 1968
es que dio la solución a ese largo reclamo de los sectores progresistas y
democráticos del pueblo peruano, a la lucha del campesinado contra el viejo
latifundismo heredado de la colonia, aun cuando esta solución se enmarcó en la
realización de reformas que previnieron situaciones revolucionarias al estilo
de la Revolución Cubana, reformas planteadas desde la Alianza para el Progreso,
iniciativa hemisférica de Estados Unidos bajo la administración del Presidente
John F. Kennedy.
En el Parlamento peruano actual
se refleja con mayor desvergüenza el estilo criollo de la política peruana, lo
que también se manifiesta en los gobiernos regionales y municipales: la
demagogia es uno de sus mejores artificios para lograr sus objetivos: ofrecer y
luego olvidar; la inversión de dinero en las campañas electorales para
conseguir “operadores” y votantes, convirtiendo a la política en una
competencia de poder económico, que no de ideas o propuestas; la ausencia de una
propuesta programática que sustente el discurso político, reemplazándola por el
circo electoral donde sobresalen elementos de la farándula y de la dádiva
financiada por empresarios que invierten para recuperar, con creces, esa
inversión. Estas prácticas criollas se han convertido en toda una concepción
dominante en la política peruana, la “filosofía” de la nueva “clase política”,
favorable a la burguesía dominante y al neoliberalismo, cuya irracionalidad en
el manejo de la economía se retroalimenta del espectáculo que aliena más a los
sectores medios y populares. Es el comportamiento y la ideología de una clase
dominante incapaz, históricamente hablando, de crear un proyecto democrático,
nacional y de justicia social.
Esta política criolla no puede
erradicarse ni con la más entusiasta propuesta de legislación electoral, como
se viene proponiendo. La Ley de Partidos Políticos, promulgada hace más de una
década, carece de eficacia para enfrentar un problema de mediocridad
parlamentaria que tiene un origen estructural, es decir, que está inmerso en la
crisis general del Estado peruano y del sistema económico y social vigente. Ni
la restitución de la bicameralidad y del voto cerrado son elementos que
ayudarán a resolver las taras de la democracia burguesa en crisis en el Perú.
Los legisladores del Partido
Nacionalista Peruano (PNP) y su frente más amplio Gana Perú (GP), tanto cuando
no fue gobierno (2006-2011) como en su actual periodo gubernamental
(2011-2012), no escapan a las características de la política criolla.
Reclutados de todas las canteras políticas y empresariales, algunos de los
cuales con antecedentes políticos nada edificantes, es un conglomerado con
intereses diferentes, mayormente individuales y pragmáticos, utilitarios. Son
pocos los que pueden ser rescatados de esa lacra de la política criolla. La
mayoría que aún queda en el bloque del gobierno, como desconfiando de su propia
cohesión y fortaleza, ha tenido que firmar una declaración de “unidad” en torno
al Presidente Humala, casi imitando lo hecho por Fujimori y Montesinos con
incapaces y corruptos altos oficiales de las Fuerzas Armadas. En tales
condiciones al partido gobernante, como ha ocurrido con el gobierno aprista
anterior, no le queda más que aliarse con la corrupción fujimorista y con otros
grupos de la derecha para mantener su presencia protagónica y defender las
iniciativas legislativas de su gobierno.
Está claro que con un Parlamento
destartalado no puede funcionar esa democracia liberal que hace tiempo está
echando agua en el Perú y todos los países latinoamericanos. Con mañosa
previsión, la Constitución fujimontesinista establece la facultad que tiene el
Presidente para cerrar el Congreso y convocar a nuevas elecciones legislativas.
Un poder ejecutivo de signo
neoliberal
El Poder Ejecutivo peruano actual
se caracteriza por el denominado “presidencialismo”, el protagonismo dominante
del Presidente de la República, su papel principal como representación de la
voluntad popular, por más que muchos políticos sigan diciendo que el
Legislativo es el “primer poder del Estado”, tesis esgrimida con entusiasmo por
el ya fallecido líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre durante la década de
1960, precisamente cuando su partido, en alianza con la fuerza política que los
persiguió por largos años (Odriísmo), conformaba la mayoría en el Parlamento
del período 1963-1968. Pero en el funcionamiento de la democracia burguesa en
el Perú todos los parlamentos, desde aquella década por lo menos, en lugar de
hacer valer su supuesto carácter de “primer poder del Estado”, abdicando de su
función legislativa, se dedicaron a otorgar al Poder Ejecutivo facultadas
extraordinarias para que este legisle sobre asuntos fundamentales del país; y
aunque tenían la capacidad para revisar los decretos legislativos y fiscalizar
su aplicación, en la práctica esa capacidad ha quedado, en la mayoría de casos,
simplemente menoscabada.
Sobre esta estructura general de
funcionamiento del Poder Ejecutivo, el gobierno del Presidente Ollanta Humala,
luego de su triunfo electoral, decidió mantener todos los rasgos de los
gobiernos anteriores, sobre todo de su predecesor gobierno aprista. Empezó
entregando el control de la economía nacional a los neoliberales, es decir, al
gran empresariado nacional e internacional, designando a sus representantes en
el Banco Central de Reserva del Perú (BCR) y en el Ministerio de Economía y
Finanzas, asegurando con estas designaciones el rumbo neoliberal de su
ejercicio gubernamental. Los ministros de procedencia socialdemócrata o progresistas,
desde el inicio, estaban destinados a cumplir la simple función de acompañantes
de quienes decidirían las medidas fundamentales en todas las políticas
sectoriales.
Todas las propuestas de cambio
fueron sustituidas por políticas de mantención del programa neoliberal en
educación, salud, política agraria, política minera, medioambiental, política
laboral, relaciones con los pueblos indígenas, “políticas sociales” de marcado
contenido asistencialista, la administración de justicia, entre los renglones fundamentales
del Perú.
Hasta noviembre del 2011, pese a
la decisión neoliberal del Presidente Humala en la composición de su primer
Gabinete Ministerial, las expectativas de cambio se mantenían, sobre todo en
los pueblos que venían exigiendo regular la actividad minera en el Perú para
defender el medio ambiente y las actividades productivas de los campesinos en
los ámbitos de influencia de la extracción de minerales.
El momento de la inflexión del
gobierno llegó cuando el Presidente Humala se vio obligado, por la fuerza de la
lucha de los pueblos de Cajamarca, a pronunciarse sobre el Proyecto Conga de la
transnacional Newmont-Yanacocha cuya realización destruiría toda la cabecera de
cuenca Conga y, como consecuencia, el medio ambiente, el agua y las actividades
productivas de una región fundamentalmente agraria. Con un mañoso juego de
palabras el Presidente Humala optó por “el agua y el oro”, como si fueran dos
valores iguales, sabiendo que el primero (medio ambiente) encierra valores de
uso, mientras que el oro simplemente representa el valor de cambio, objeto de
pingües ganancias para la gran empresa que está envenenando las tierras y aguas
de Cajamarca. La primera huelga y la gran marcha de fines del año 2011 pusieron
al primer Gabinete Ministerial en condiciones difíciles ante la decisión
abierta del Presidente a favor de la empresa. Humala tuvo que modificar y
militarizar su entorno ministerial para asegurar la defensa del Proyecto Conga,
echando mano de elementos fujimontesinistas, como el nuevo Premier Oscar Valdés
Dancuart, militar de profesión inconclusa y hoy empresario próspero, incluyendo
la actividad minera. Se trata de un elemento de clara filiación
fujimontesinista, prepotente y torpe al mismo tiempo, capaz de insultar a los
dirigentes populares de “podridos”, sacando de contexto las frases del
historiador Jorge Basadre referidas a la vieja oligarquía; capaz también de
afirmar que el Presidente Humala “debe olvidarse de sus promesas electorales”,
en el preciso momento en que este, para amenguar la crítica a su gobierno,
estaba diciendo a los europeos que la “Gran Transformación” llegará “pese a los
extremistas”. La recomposición del Gabinete Ministerial como antesala del
mensaje del 28 de julio carece de significación como para hacer variar el rumbo
neoliberal del régimen actual, más todavía si vemos que los nuevos ministros
han sido seleccionados de las mismas canteras de la derecha peruana.
La decisión y el gesto político
de condecorar al jefe del Partido Popular Cristiano, una de las organizaciones
de la ultraderecha peruana (“partido de los ricos” es la denominación con la
que es identificado), Luis Bedoya Reyes, expresan mejor la identidad política
del Presidente Humala Tasso. El Presidente, sin tener en cuenta su presentación
inicial como político progresista, sin tener en cuenta, además, la historia del
mencionado político y de su partido, siempre al servicio de la oligarquía,
incluso de la represión generalizada durante la dictadura militar del General
Francisco Morales Bermúdez, (1975-1980) increíblemente condecorado también como
“demócrata” por el Parlamento del período 2001-2006), en el colmo de su
perorata laudatoria para la ocasión, llegó a decir que el condecorado había
sido su modelo de hacer política, a lo que el nonagenario político contestó que
“el Presidente Ollanta Humala siempre nos da sorpresas”: no solo se trató de
pragmatismo para lograr apoyo derechista en el Parlamento, sino manifestación
de la real identidad ideológica y política del Presidente.
La polarización política en
ascenso
La polarización política en el
Perú es una tendencia en desarrollo, que vuelve los pasos a la campaña
electoral del 2006 y a la del 2011: o el mantenimiento del programa neoliberal
y del statu quo, o el cambio de rumbo del país, incluido el programa neoliberal
que debe ser desmontado en el Perú. Pero esta polarización nos lleva a la
presencia de la lucha de clases, ese viejo topo que no cesa ni en los momentos
de “paz social” como creen los que consideran que la lucha de clases es una
invención malévola de subversivos, izquierdistas y “anacrónicos” (Mario Vargas
Llosa dixit).
En el Perú actual están frente a
frente, por un lado, los trabajadores y el pueblo que exigen sus derechos y una
nueva alternativa económica y social para el desarrollo del país, como
aspiraciones de transformación integral de nuestra sociedad; y, por otro, una
estructura estatal y un gobierno al servicio de los grandes intereses
económicos de grupos internos y transnacionales. No es una mera polarización
entre quienes, desde el ejercicio del poder, pretenden mantener el sistema tal
cual a como dé lugar, y quienes buscan cambiar algo para que todo quede igual,
usando el “dialogo” y respetando las viejas instituciones que hace tiempo han
demostrado su falencia y su crisis terminal.
La lucha actual de los pueblos
enfrentados a la alianza del gobierno con las mineras, y la de los trabajadores
que exigen la restitución de sus derechos conculcados por el neoliberalismo,
expresan el lado de los desposeídos y explotados, amplio espectro de obreros,
campesinos, desocupados, pequeña burguesía empobrecida (maestros, policías y
los empleados públicos y privados en general que no forman parte de los
“ejecutivos”), poblaciones “incluidas” en los “programas sociales”
asistencialistas, un lumpen surgido del largo trecho de la marginación social
que se ha convertido en un sector agresivo y organizado para robar y matar. La
clase trabajadora organizada no ha logrado convertirse, a través de sus
sindicatos, en un factor consciente de la lucha, por tanto, en la vanguardia
que exprese las aspiraciones de las masas oprimidas. Mucho menos se expresa
organizadamente en un partido de vanguardia que asuma la lucha por el
socialismo. Su conciencia clasista está condicionada a las exigencias
coyunturales de la lucha por la supervivencia, el salario y la recuperación de
sus derechos. El economicismo y el burocratismo de su conducción contribuyen a
mantener esa conciencia opaca frente al sistema dominante que hace difícil
trascender más allá del mero sindicalismo. Hay, incluso, un sector obrero
aristocratizado, especialmente en las grandes empresas mineras, agrícolas y
financieras que juegan a favor de los empresarios por los mayores ingresos
salariales que perciben en relación con los demás trabajadores de su mismo
centro de trabajo.
El dominio del aparato estatal
con su estructura jurídica, política, cultural, militar y económica corresponde
a la clase de la gran burguesía, los nuevos dueños del Perú. Para eso su
organización corporativa es fuerte: la Confederación de Instituciones
Empresariales Privadas del Perú (CONFIEP) que hoy agrupa a la Sociedad Nacional
Agraria, Sociedad Nacional de Industrias, Sociedad Nacional de Minería y
Petróleo, más las Cámaras de Comercio e Industrias que funcionan en todas las
capitales regionales y en muchas de las provincias del país como simples
comparsas de un poder central aliado del poder económico capitalista
transnacional y cuyo comportamiento filisteo puede verse en la defensa que hace
la Cámara de Comercio e Industria de Cajamarca a la empresa Newmont-Yanacocha
frente a la lucha de los pueblos de esa región. Los que dirigen estas
instituciones proclaman que sus intereses privados son los intereses del país,
de la nación y hasta del pueblo. El Estado con sus leyes y su fuerza represora
están a su servicio. Todos los que se rebelan contra esos intereses son
“enemigos” del progreso y del desarrollo del país. Tienen sus propias escuelas,
su propio sistema de salud, su propia seguridad que incluye policías del Estado
para cuidar sus empresas, y hasta evaden impuestos perjudicando al Estado. En
los últimas décadas han preferido gobernar directamente asumiendo cargos
ministeriales, parlamentarios y en los organismos descentralizados, demostrando
que, con su desempeño, que su único interés es mantener sus privilegios, como
ocurrió con la presencia de un empresario fujimorista (Julio Favbre) en el plan
de reconstrucción de la región Ica devastada por el sismo en el 2007: robos,
ineficacia, impunidad…
Un Poder Judicial al servicio de
los poderosos
El Poder Judicial, al margen del
procesamiento y condena a los jefes de la mafia que gobernó el país entre 1990
y el 2000, mantiene su ineficacia para administrar justicia en forma oportuna y
respetando el debido proceso. Su sometimiento al poder político de turno es una
de los rasgos más sobresalientes. La intervención actual del Fiscal de la
Nación y del Ministro de Justicia en los ilegales procesos judiciales contra el
Alcalde de Espinar, el Presidente de la Región Cajamarca y de numerosos
dirigentes que están luchando para defender el medio ambiente en el Perú, tiene
una evidente y abierta motivación política desde el Poder Ejecutivo y el propio
Congreso de la República. El significativo incremento de los haberes a los
magistrados no ha eliminado el sistema de corrupción imperante en su actuación.
Lo que se descubre no constituye sino una parte de la corrupción en el Poder
Judicial, pues permanentemente se van descubriendo nuevos hechos delictivos
consistentes en cobrar a los litigantes para empezar, acelerar y cambiar el
sentido de las resoluciones judiciales.
Como para demostrar su servicio a
los poderosos, la Sal Plena de la Corete Suprema presidida por el magistrado
fujimorista Javier Villa Stein ha resuelto abrir las puertas de la prisión a
los criminales del Grupo Colina y dar la clave para que el propio Alberto
Fujimori abandone su celda dorada en el más breve plazo. No es posible que esta
maniobra del tinterillaje criollo ocurra sin la existencia de condiciones
favorables para la impunidad. Los magistrados que han actuado como vulgares
tinterillos saben que el ambiente es favorable para semejantes decisiones
judiciales.
El militarismo como ideología
histórica
El militarismo en el Perú nace
con la misma República, de la cual fue su sostén político, pero también una
ideología del “orden” y la “tutela” de la nación, aunque en la realidad esa
tutela solo favorece a los grandes propietarios. No hay duda que, desde 1990,
un nuevo militarismo se ha instalado en el Perú: ese militarismo fujimontesinista
que combinaba el ejercicio del poder con los negocios, el enriquecimiento
corrupto y hasta la traición a la patria. Era imposible, por ejemplo, que
nuestros jefes militares de esa década podrían haber conducido exitosamente la
guerra del Cenepa con el Ecuador (1995), pues su interés fundamental se
concentraba en cuidar su patrimonio mal habido, producto del narcotráfico y de
compras irregulares de material bélico, poniéndose al servicio de un gobierno
mafioso y criminal. Ese militarismo no ha desaparecido en los últimos 12 años;
se ha agazapado y en este primer año de gobierno del Presidente Humala ha
vuelto a tener significativas cuotas de poder. El propio Presidente Humala se
ha encargado de recordarnos que las Fuerzas Armadas son la “tutela de la Nación”.
Acto seguido recoge a militares retirados para las funciones de Primer
Ministro, Ministro del Interior y asesor principal, de innegable formación
fujimorista, tanto que la propia hija de Alberto Fujimori, Keiko, defendió al
prepotente Primer Ministro porque “lo está haciendo bien”. Se entiende mejor
que en el breve tiempo de gobierno “nacionalista” ya tengamos 14 muertos,
decenas de heridos y otras decenas de enjuiciados por subversión contra el
“Estado de derecho”.
La cultura criolla dominante
¿Y la cultura peruana actual? Si
entendemos como cultura todas las formas multifacéticas que adquiere la vida
social en un país o en un continente, o en el mudo de la globalización
neoliberal, la cultura peruana actual puede ser caracterizada como el entrecruzamiento
de distintas culturas: las que han germinado en un largo proceso de creación
humanas que viene de no menos de 20 mil años y que han pasado por un proceso de
aculturación desde, incluso, la época prehispánica, como las culturas
populares; y la cultura formada a partir de la colonización española que ha
adoptado elementos y valores de la cultura imperialista, principalmente de
Estados Unidos: es la cultura dominante en el Perú republicano del siglo XX y
del que acaba de iniciarse. La pluriculturalidad de la que habla la
antropología es una realidad, pero carece de de la fuerza como para imponer la
“interculturalidad. Lo que se impone son los valores culturales de la cultura
dominante en el Perú, la cultura criolla con sus taras estudiadas por el filósofo
Augusto Salazar Bondy y otros intelectuales del siglo XX. Esta cultura
dominante nos entrega diariamente el espectáculo del individualismo, el
exitismo, el barroquismo al que se refería Luis Alberto Sánchez, los métodos
más cínicos para conseguir objetivos personales, la valoración excesiva de lo
adjetivo y el desprecio por lo sustantivo, el oportunismo político, la
huachafería en casi todas las expresiones sociales, el arribismo del “sobe” y
“raje”, la presunción y la apariencia para “ser” lo que no se es, el lenguaje
demagógico y embaucador que han copiado hasta los choferes de taxi , el racismo
que viene de la clase dominante y que se reproduce en ciertos estratos de las
clases subordinadas, especialmente en la pequeña burguesía. Esta cultura
dominante, vía la política, se viene extendiendo hacia las propias culturas
indígenas u originarias. Si se puede hablar de una “cultura del espectáculo”
(Ernesto Sábato: “España en los diarios de mi vejez”, Seix Barral, 2004) o de
una “civilización del espectáculo” (Mario Vargas Llosa: “La civilización del
espectáculo”, Alfaguara, 2012), a la cultura y la civilización peruana actual
le corresponden ambas caracterizaciones, lo que se puede observar mejor en la
prensa peruana, y no solo en la farandulera, sino en todos los periódicos, en
la radio y canales de televisión. Es la presencia nacional de una cultura que
algunos denominan “posmoderna”, cuyos valores están sujetos al valor de cambio.
Se trata, en verdad, del reflejo nacional de la cultura burguesa en crisis, que
entra en contradicción con el desarrollo portentoso de la ciencia y la
tecnología y con las posibilidades y aspiraciones de una vida superior desde el
punto de vista humano. Refiriéndose al criterio que predomina en esta cultura,
Ernesto Sábato señala: “El criterio que predomina responde a la cultura del
espectáculo y las necesidades del mundo empresarial”. El mundo empresarial de
hoy es el del capitalismo neoliberal en cuyas redes la clase dominante peruana
se encarama para seguir dominando. Se puede afirmar que “nuestra cultura”
dominante hoy es la que se ha configurado como manifestación ideológica de los
valores dominantes del neoliberalismo.
La prensa peruana actual se
caracteriza, fundamentalmente, por un doble comportamiento: por un lado, usando
una discrecional concepción de la “libertad de prensa” difunde cualquier
esperpento informativo y, usando el condicional, puede hacer afirmaciones negativas
de las personas, sin responder por el daño moral que produce y su contribución
a la utilización de la información en la generación de escándalos para vender
su producto; por otro lado, su venialidad ante los gobiernos de turno que se
identifican con los interesas empresariales, a la vez que la condicionalidad de
su línea editorial e informativa a los intereses de estas. En estos tiempos de
neoliberalismo, casi sin excepciones, la prensa peruana proclama
permanentemente el “gran papel” de las empresas en beneficio del Perú y del
pueblo, no solamente con expresiones directas de los noticieros, sino a través
de la inversión en publicidad. Los dueños de la prensa peruana y los que
dirigen los programas suelen proclamar su “independencia” y su oposición a
cualquier censura, pero esconden la autocensura que practican ante el poder
económico de las empresas que permiten las grandes ganancias a los empresarios
de la prensa y a los directores de los programas. Hay que agregar el contenido
embrutecedor de la mayoría de los programas de radio y televisión, la
información amarilla y banal que desvían la atención de la población de los
problemas del país. Esta prensa no contribuye en nada con el proceso de la
educación social y escolar. Mientras critica el memorismo, por ejemplo, sus
concursos para niños y jóvenes propician, precisamente, el memorismo, como es
el caso del programa “Los que más saben”, de Radio Programas del Perú, acaso la
emisora de mayor alcance, antigüedad y sintonía del Perú.
Ha sido suficientemente difundido
el comportamiento corrupto de esa gran prensa y de no pocos “respetables”
periodistas durante el dominio de la dictadura fujimontesinista, los mismos
que, luego de “esconderse” por un tiempo, han vuelto hoy como si nada hubiese
ocurrido, presentándose como “moralizadores” y “defensores de la democracia”
contra los “violentistas” que luchan por sus derechos.
Derecha e izquierda en el Perú de
hoy
La división de la lucha política
entre izquierda y derecha no es aceptada por las clases dominantes y sus
representantes políticos e intelectuales. Consideran que esas definiciones son
un mero recuerdo de la división de la Asamblea Nacional de la Francia
revolucionaria como un asunto de posición física de los asambleístas en el
recinto de aquella histórica Asamblea (1789). Pero quedó claro que los
emplazados a la izquierda defendían el nuevo orden en gestación, la conquista
del poder por la burguesía progresista de ese entonces, con implicancias
ideológicas y políticas democráticas; mientras que los del lado derecho
pretendían seguir manteniendo el viejo orden feudal, la monarquía moribunda y
concediendo, en el mejor de los casos, una Monarquía Constitucional, ideal
final de los Girondinos.
Pero el tiempo de esa burguesía
progresista llegó en el siglo XIX cuando se dedicó a defender sus intereses de
clase dominante (1830, 1848,1871). Hasta abrió, en Francia, el territorio
nacional a las fuerzas armadas de Alemania para derrotar a los revolucionarios
que buscaban la construcción del socialismo, en 1871. Su papel de izquierda,
desde entonces, pasó a la clase obrera, a los oprimidos bajo el imperio del
capital a través del trabajo asalariado, fuente de la plusvalía o ganancia de
los capitalistas. (Esto es también “anacrónico” para el señor Mario Vargas
Llosa y demás neoliberales).
Para camuflar su nueva posición
los ideólogos de la burguesía crearon la falsa alternativa, en lo filosófico y
político: la llamada “tercera vía”: “ni idealismo ni materialismo”, “ni
capitalismo ni socialismo”, ni izquierda ni derecha” respectivamente. Claro que
la sustentación filosófico antecedió a la política, y ambas reflejaron que la
burguesía y su aparato ideológico y político habían entrado en crisis, la cual,
como lo ha demostrado Georg Lukacs (El asalto a la razón y La crisis de la
filosofía burguesa), se reflejó en la aparición de numerosas corrientes
idealistas en lo filosófico y en variedades de social democracia en lo
político.
Todavía está en el recuerdo el
énfasis con que el General Juan Velasco Alvarado y sus asesores repetían la
frase “ni capitalismo ni comunismo”; también la “novedad” que trajo el
Presidente Toledo con su “tercera vía” cuando lanzó su candidatura presidencial
por primera vez; y el propio Humala negando la existencia de derecha e
izquierda hasta aterrizar hoy en la más vergonzante derecha. Fujimori se metió
más al charco de la ignorancia política cuando solía afirmar que él no discutía
sino, simplemente, hacía y, por hacer, está donde debe estar.
Claro debe quedar que la derecha,
a esta altura de la historia peruana contemporánea, no puede sino representar a
la defensa del capitalismo como un sistema de explotación del hombre por el
hombre; mientras que la izquierda es la tendencia de lucha hacia el socialismo
como sistema alternativo al capitalista. Las denominaciones de centro, centro
derecha, centro izquierda e inclusive la panfletaria denominación de “derecha
bruta y achorada” (DBC), imaginada por un derechista que no quiere mezclarse
con sus congéneres por supuestos motivos de higiene política, no son sino
definiciones caprichosas de la derecha que pretende esconderse como defensora
del orden burgués y del neoliberalismo. El propio Maximiliano Robespierre, que
miraba más allá de la revolución burguesa triunfante, propugnaba el triunfo posterior
de los descamisados a quienes les otorgaba el derecho a la insurrección contra
la propia burguesía (Robespierre: la razón del pueblo. Estudio preliminar,
selección y notas, Horacio Sanguinetti. EUDEBA. 2003), pues la situación del
pueblo francés, que no formaba parte, en realidad, del Tercer Estado (de la
burguesía), carecía de futuro con el triunfo de los capitalistas.
Los partidos de la derecha
peruana, sin excepciones, están convencidos que fuera del neoliberalismo no hay
futuro para el Perú. El capitalismo y su democracia en el Perú no pueden ser
puestos en tela de juicio. Toda opción fuera de ella no es sino volver al
pasado, como si en el pasado hubiese existido un sistema diferente al
capitalismo en el Perú, a no ser que el neokeinesianismo ensayado entre
1968-1975 hubiese trascendido el marco del capitalismo. Cada nuevo partido de
la derecha que surge, como arte de birlibirloque, habla del cambio, pero se
comporta como tapón de lo nuevo y lo distinto. Hablan de la justicia social
pero gobiernan o cogobiernan con el espíritu fenicio que han aprendido de sus
antecesores de clase. El APRA (al que desde su fundación el gran dirigente
comunista cubano Julio Antonio Mella denominó, con buenas razones, ARPA),
Acción Popular, Partido Popular Cristiano, Somos Perú, Fuerza 2011 (que desde
Cambio 90 ha cambiado su denominación ene veces para camuflar su asquerosa
naturaleza de clase y de grupo), Alianza para el Progreso, Solidaridad
Nacional, Alianza para el Gran Cambio, Perú Posible, Partido Nacionalista Peruano
son los partidos cuyo discurso fundamental es el mercado, la libre competencia,
la inclusión social (nueva táctica conceptual para encubrir la continuación del
capitalismo bajo nuevas estrategias), “cambio en democracia”. La mayoría de
estos partidos se forman “al paso”, o “al toque” como se dice en el Perú cuando
se realiza algo ligeramente, para participar en los eventos electorales, sin
programa y sin ningún escrúpulo para vender el logo a quien quiera ser
candidato, convirtiendo a la organización en una suerte de “vientre de
alquiler”. Estos partidos representan a una clase, repetimos, históricamente
incapacitada para construir, inclusive, un país democrático liberal. Su destino
de comparsa del poder extranjero se nota hasta en su forma de hablar, de vivir
con signos de opulencia, de desprecio a los que consideran sus subordinados, su
racismo y su licencia para burlar la ley que ellos mismos elaboran y promulgan.
Los partidos y grupos regionales, que han crecido como hongos en los últimos 20
años, en su gran mayoría, no son sino propuestas estrechas de burguesías
regionales de derecha que pretenden participar del festín neoliberal sin
ninguna visión de desarrollo para su región.
Los partidos de izquierda en el
Perú de hoy son producto, en una primera etapa, de una historia larga de luchas
sociales, desde fines del siglo XIX hasta las primeras tres décadas del XX.
Luchas sociales del proletariado naciente, del campesinado y de una pequeña
burguesía estudiantil que se atrevió a rebelarse contra la vieja estructura
universitaria regentada por el conservadurismo colonial supérstite, movimiento
estudiantil que se unió a la lucha obrera e hizo su propia reforma
universitaria a partir de 1919, bajo la influencia, principalmente, de la
Reforma Universitaria de Córdoba (Argentina) de 1918. El fundador más
sobresaliente de la izquierda en el Perú fue, qué duda cabe, José Carlos
Mariátegui, un hombre salido de las clases oprimidas y autoeducado a partir de
sus relaciones con las luchas sociales de su tiempo, con las ideas renovadoras
del marxismo, su profunda convicción de que al capitalismo le sucedería el
socialismo como creación heroica del pueblo peruano. Su partido, el Partido
Socialista fundado en 1928 luego de un largo, sistemático y paciente trabajo de
formación y organización obrera, de investigación y difusión del pensamiento
socialista y de la cultura de vanguardia, fue, en realidad, por el programa
aprobado, un partido comunista, denominación que adoptó desde 1930 (Partido
Comunista del Perú). El intelectual de mayor valía que ha producido el Perú y
uno de los más sobresalientes de América Latina, siendo el marxista
latinoamericano más estudiado dentro y fuera de nuestra América, organizó a la
clase obrera y a los campesinos yanaconas, propició la difusión crítica de las
nuevas ideas. Su muerte prematura nos privó del ideólogo que hubiese dado un
nuevo rumbo en la historia contemporánea del Perú. Lo decimos porque su obra
quedó inconclusa.
Desde su muerte en 1930 el
partido que fundó no encontró una conducción y dirección capaces de avanzar en
la lucha por la conquista del poder y la transformación revolucionaria de la
sociedad peruana para la realización del socialismo. Desviación de izquierda
primero, luego de derecha, hasta su caricatura más contraproducente con Sendero
Luminoso, formaron parte de una etapa de serios errores y hasta traiciones,
dejando el espacio propicio para que el liberalismo socialdemócrata del APRA
primigenia embaucara a un sector importante de las masas oprimidas del país, mientras
ese partido se entendía con la derecha oligárquica, imponiendo su dictadura
sindical entre 1930 y 1960.
En esta década, confrontada por
las nuevas luchas revolucionarias del mundo y de América Latina y por las
luchas campesinas de fines de años 50 y principios de los 60 del siglo XX, la
Revolución Cubana y la lucha guerrillera de esos años en el Perú, la dirigencia
del Partido Comunista Peruano, que se consideraba heredera de Mariátegui, se
vio sacudida por la juventud revolucionaria militante que derivó en una ruptura
partidaria dando paso a la recuperación de la denominación del nombre del
partido: Partido Comunista del Perú, que incorporaba a su contenido ideológico
la experiencia de las revoluciones triunfantes con su estrategia del campo a la
ciudad en países donde el componente campesino era importante. Al mismo tiempo,
como producto de la creciente derechización del APRA y su oposición a la
orientación socialista de la Revolución Cubana, un grupo de militantes jóvenes
y de intelectuales de indudable valía, se separaron del viejo partido y
formaron el “APRA Rebelde” que luego se transformó en el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR), todo ello entre 1958 y 1959, fuerza que
protagonizó el movimiento guerrillero de liberación más importante del Perú
bajo la dirección de Luis de la Puente Uceda, abogado de profesión y autor de
una tesis de graduación sobre la reforma agraria que requería el Perú de
aquellos años.
Sin ser minucioso ni extender en
demasía este texto, me concreto a señalar algunas de las más importantes
fuerzas de y en el Perú entre la década de 1940 y 1990, algunas de las cuales
existen aún en la actualidad, señalando su identidad fundamental
Partidos de la derecha
Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA), fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre en 1924 en México,
con pretensiones de alcance continental. En 1930, con el fin de participar en
las elecciones de 1931, se fundó en el Perú con el nombre de Partido Aprista
Peruano adoptando el programa general del APRA con 5 postulados de supuestos
contenidos democráticos, antiimperialistas, nacionalistas y de justicia social:
era, evidentemente, una alternativa reformista socialdemócrata que recogía las
reivindicaciones políticas, económicas y sociales frente a un orden social
semifeudal bajo el dominio de los terratenientes, por lo que recibió, por el
lado de amplios sectores populares, la adhesión de estos, pero, por el lado de
la vieja oligarquía, el rechazo, el odio y la persecución por décadas. Su línea
política empezó a virar hacia la derecha oligárquica desde la década de los
años 40 (“no se debe quitar la riqueza al que ya la tiene, sino crear riqueza
para los que no la tienen”, de un discurso de Haya de la Torre) y, con mayor
derechización, desde su alianza con el oligarca banquero Manuel Prado
Ugarteche, cuyo segundo triunfo electoral en 1956 fue posible gracias al apoyo
del APRA: era el inicio de un proceso de ruptura interna ocasionada por el
descontento de militantes jóvenes e intelectuales. El definitivo viraje hacia
la derecha se produjo con la adopción del proyecto neoliberal por el nuevo jefe
aprista, Alan García Pérez, desde la década de los años 80, cuando durante su
primer gobierno (1980-1990) se concretó a administrar la crisis económica y
social que empezó en la década anterior, anunciando la vieja tesis de los
“trabajadores privilegiados” en una pirámide social con el sofisma de que la
mayoría no tiene trabajo. Durante su segundo gobierno (2006- 2011) y hasta la
actualidad, la alternativa neoliberal es la exclusiva ideología del APRA o PAP.
Si se habla de corrupción en el proceso de la república peruana, este partido y
su dirigencia se disputan los primeros lugares en la administración gubernamental
que les ha correspondido. La pequeña tendencia interna de “APRA Moral” carece
de significación para “recuperar” la alternativa abandonada, pues la fuerza que
domina la organización es, hasta cierto punto, invulnerable. Pero,
principalmente, no hay nada de izquierda ni de moral recuperables en el viejo
partido.
ACCIÓN POPULAR, partido fundado
por el Arquitecto Fernando Belaúnde Terry en 1956, como resultado de un proceso
de polarización política entre los liberales más modernos y los conservadores
que seguían defendiendo el viejo orden oligárquico de terratenientes y
banqueros. El joven político logró la adhesión de los jóvenes profesionales
progresistas, poblaciones del interior del país y hasta de sectores de
izquierda que levantaban reivindicaciones nacionalistas para la recuperación de
la explotación del petróleo, reivindicaciones democráticas de reforma agraria,
la industrialización del país, la integración del territorio, etc. El nuevo
partido hacía suya la tradición colectivista del imperio incaico que fue
resumido en el lema partidario como “El pueblo lo hizo”, hábilmente utilizado
por Fernando Belaúnde para generar en la población del interior un apoyo
incondicional. Pero todo ese potencial político fue rápidamente dilapidado
durante su primer gobierno ((1963-1968): todas las promesas nacionalistas y
democráticas fueron traicionadas dando origen a un movimiento de ruptura
interna de la que emergió un nuevo aunque pequeño y efímero partido de corte
liberal: Acción Popular Socialista: la corrupción y la sumisión al imperialismo
de Estados Unidos dieron término a esa experiencia liberal nacionalista. ACCIÓN
POPULAR, tal como hoy existe, es un partido con escaso arraigo en el pueblo y
no tiene otro programa que el neoliberal bajo la propuesta de la regulación del
libre mercado por el Estado. Su único escenario de actuación política es la
parlamentaria, sus tácticas de alianzas con los representantes parlamentarios
de otros partidos, o en las elecciones municipales donde han demostrado escasa
capacidad para una buena administración.
PARTIDO POPULAR CRISTIANO,
partido forjado por el ala conservador de la DEMOCRACIA CRISTIANA en 1966, pues
la DC se comprometió con el gobierno reformista del General Velasco Alvarado.
El PPC se formó para defender a la vieja oligarquía peruana frente a la defensa
de las reivindicaciones nacionales y democráticas que los principales
dirigentes de la DC promovían en alianza con otros sectores progresistas. Sus
principales líderes fundadores, Manuel Polar Ugarteche y Luis Bedoya Reyes,
fueron protagonistas de la Constituyente de 1978-1979 en alianza con el APRA,
pero hoy defienden la Constitución fujimorista de 1993. Su principal líder
actual, Lourdes Flores Nano, es una de las más importantes defensoras del
programa neoliberal en nombre de una supuesta “doctrina social de la iglesia”
(católica), evidentemente del sector católico conservador. El mote con el que
se le caracteriza, “partido de los ricos”, no es un insulto sino la descripción
exacta de su ideario reaccionario.
FUERZA 2011, o partido
fujimorista, es el nombre actual de CAMBIO 90, partido fundado por el ingeniero
y profesor universitario Alberto Fujimori Fujimori para participar en las
elecciones de 1990, siendo elegido como producto del rechazo a la candidatura
del escritor Mario Vargas Llosa que encabezó una coalición de toda la derecha
neoliberal (FREDEMO). Inmediatamente luego de su triunfo electoral, el gobierno
de Fujimori empezó a implementar el programa del perdedor poniendo en práctica
el golpe de Estado (autogolpe) el 5 de abril de 1992 para imponer su política
económica de privatizaciones, desnacionalización del país, destrucción de los
derechos de los trabajadores y un proceso de corrupción y asesinatos a través
del grupo de asesinos clandestinos denominado COLINA. Para cada proceso
electoral ha cambiado de denominación: Nueva Mayoría-Cambio 90, Vamos Vecino,
Fuerza 2000. Actualmente actúa con el nombre de Fuerza 2011. Estos cambios
significan el pragmatismo más vulgar en la política criolla, su falta de escrúpulos
para defender la corrupción y los crímenes perpetrados por su dictadura de
1990-2000. En realidad, es el partido que mejor representa los intereses del
neoliberalismo, aunque un sector de esta corriente prefiere apoyar a alguna
otra candidatura neoliberal sin el pasivo del pasado negro de los fujimoristas.
Este criterio primó en Mario Vargas Llosa y otros neoliberales en el 2011
cuando Ollanta Humala demostró su viraje hacia el programa del Consenso de
Washington. El fujimorismo es la fuerza de derecha más peligrosa para el futuro
del Perú.
PERÚ POSIBLE, fundado como PAÍS
POSIBLE para las elecciones de 1995 por el economista Alejandro Toledo
Manrrique, hombre salido del ande pobre pero educado en Estados Unidos, donde
asimiló las ideas neoliberales imperantes en la Universidad de Harvard,
cambiando hasta la entonación de su habla castellana original. Se presentó como
un liberal de “tercera vía” para distinguirse de los fujimoristas. Una vez en
el gobierno, no hizo otra cosa que continuar con el programa heredado,
promoviendo su consolidación con la promoción entusiasta del Tratado de Libre
Comercio (TLC) con Estados Unidos, luego del fracaso del ALCA (Alternativa de
Libre Comercio para las Américas) por la lucha de los pueblos y los gobiernos
progresistas de América Latina. Este partido y su jefe se catapultaron con la
Marcha de los Cuatro Suyos (año 2000), denominación de una gran movilización
promovida, principalmente, por las fuerzas populares bajo el impulso de los
partidos de izquierda y los sindicatos influidos por estos. Con el dinero
entregado por el empresario inglés Soros (un millón de dólares americanos),
Alejandro Toledo impuso su liderazgo en esa lucha que, finalmente, debilitó más
a la dictadura de aquella década. Es así como su triunfo en las elecciones del
2001 fue casi la lógica consecuencia de un liderazgo asociado a la derrota del
fujimorismo. Su gobernó del período 2001-2006, como ya se dijo, fue más de lo
mismo. En la actualidad, después de su debacle electoral en el 2011, se ha puesto
al servicio de la nueva administración neoliberal de Ollanta Humala Tasso,
buscando promover la imagen del mejor continuador del presente régimen. Tal es
la política actual de este partido.
ALIANZA PARA EL PROGRESO es un
partido que representa a la burguesía regional de la costa norte del Perú, cuyo
líder se ha dedicado al negocio de la educación privada desde su juventud. Su
programa no tiene nada de novedoso dentro de la ideología neoliberal. Carece de
fuerza para competir en la lucha electoral nacional, pero ha logrado asestar
una derrota política al APRA en su más importante base política, Trujillo,
lugar donde nació su líder fundador.
OLIDARIDAD NACIONAL, partido y
propiedad del otrora funcionario fujimorista y ejecutor de la decisión de
privatizar parte de las funciones del Seguro Social, Luis Castañeda Lossio. Es
una pequeña fuerza que llegó a gobernar la Municipalidad de Lima a través de
sospechosas inversiones en obras públicas, pero que al final no resolvieron
ninguno de los problemas de Lima Metropolitana. Actualmente está al servicio
del gobierno del Presidente Humala, indudablemente como una forma de
neutralizar las investigaciones que pesan sobre su administración municipal y
los indicios de corrupción.
PARTIDO HUMANISTA, del ex
izquierdista Yehude Simon Munaro, con un ideario neoliberal que le llevó a
formar parte del reciente gobierno del APRA y a su alianza con el reaccionario
Pedro Pablo Kuczinski. Hasta la denominación de su partido carece de
pertinencia política, pues el término “humanismo” corresponde a la filosofía y
no a la política que tiene, como se sabe, un contenido de acción. El propio
jefe de ese “humanismo político” no ha pensado, precisamente, como humanista
para servir a uno de los gobiernos más corruptos de la historia del Perú.
ALIANZA PARA EL GRAN CAMBIO,
formada por el neoliberal Pedro Pablo Kuczinski, es una agrupación que ha
unificado a grupos de derecha para las elecciones del 2011, pero que hoy solo
se mantiene en la persona de su fundador, ciudadano peruano-estadounidense que
pretende gobernar el Perú para concluir la venta de los bienes nacionales que
aún quedan: tal es su objetivo final, que también, de realizarse, le
enriquecería más aumentando sus propiedades en su verdadero país: Estados
Unidos.
PARTIDO SOCIALISTA, una de las
muchas denominaciones que ha venido adoptando el antiguo partido Vanguardia
Revolucionaria dirigida por el actual congresista Javier Diez Canseco,
empresario y defensor de los derechos humanos en el marco de sus permanencias
denuncias contra la corrupción. Es un partido muy pequeño de tendencia
socialdemócrata, de liberalismo radical que tiene como norte estratégico la
democratización de la actual democracia sin salirse del marco del capitalismo.
La derecha neoliberal considera, sin embargo, que el PS es parte del comunismo
y hasta del terrorismo. Su entronque ideológico con el catolicismo del la
Teología de la Liberación sigue siendo su orientación fundamental, como lo fue
cuando se fundó VR.
TIERRA Y LIBERTAD, partido
fundado por el sacerdote católico Marco Arana en Cajamarca, es una fuerza de
ideas socialdemócratas dentro de la ideología de la Teología de la Liberación.
Se está organizando en otras partes del país pero su actuación fundamental está
ligada a la defensa del medio ambiente.
FUERZA SOCIAL, partido limeño
hasta hoy que acaba de conquistar el gobierno regional y municipal de Lima
Metropolitana. Su importancia actual radica en el papel que cumple para
disputar a la derecha neoliberal en el centro mismo de la política peruana,
Lima. También tiene una impronta socialdemócrata y una base ideológica
procedente de la Teología de la Liberación.
Las tres últimas fuerzas de la
derecha peruana son las que pueden considerarse como progresistas y proclives a
formar alianzas con fuerzas de izquierda.
La derecha neoliberal tiene hoy
por hoy la conducción del país, el manejo de la economía, la política, la
educación, los medios de comunicación y todo el aparato de la cultura
dominante. Lo que hoy es el Perú, con sus problemas irresueltos, es de su
absoluta responsabilidad.
LOS PARTIDOS REGIONALES Y HASTA
PROVINCIALES han llegado a convertirse en los protagonistas casi exclusivos de
la lucha política en el interior del país, dedicados a buscar el control de los
gobiernos regionales y municipales provinciales y distritales. El surgimiento y
proliferación de estos grupos políticos, que aparecen y desaparecen, se explica
por el proceso de fragmentación de la sociedad peruana, producto, a su vez, de
la crisis de esta, por tanto, de su sistema político. Adicionalmente, sobre la
base de la crisis, una pequeña burguesía regional, sin ninguna propuesta de
desarrollo que resuelva los problemas de su región, provincia o distrito, se ha
lanzado a la captura del control del presupuesto para enriquecerse o para
beneficiar a sus empresas. Presidentes regionales, alcaldes provinciales y
distritales han convertido a la reelección inmediata en el objetivo fundamental
de su administración. Las campañas electorales, casi como reflejos de lo que
ocurre en las campañas presidenciales y legislativas, son verdaderos circos
electorales, especies de timbas donde los compromisos con los financistas de la
campaña dan curso a una competencia de despilfarro de dinero en rifas
gratuitas, “obras” anticipadas de los candidatos, profusa propaganda televisiva
en cuyas imágenes los candidatos besan y abrazan a los niños, ancianos y
menesterosos como prueba de su “preocupación” y “amor” amor los más pobres. En
esas campañas los candidatos más pudientes compran el mayor número de emisoras
y programas de radio y TV, incluidos sus periodistas. Cada “entrevista” tiene
un precio y los periodistas esperan los procesos electorales como la mejor
oportunidad para salir de la pobreza. Si la cultura política de los gobernantes
nacionales es precaria, lo que ocurre con los gobernantes subnacionales están
por debajo de lo soportable.
Partidos de izquierda
Un partido de izquierda es aquel
que confronta el socialismo con el capitalismo, es decir, propone la lucha
contra el capitalismo para conquistar el socialismo. Deja de ser de izquierda
cuando pretende que reformando el capitalismo se puede llegar al socialismo,
como lo plantearon, hace más de un siglo, los socialdemócratas.
En el Perú, a partir de la década
de los 50, fueron surgiendo pequeñas fuerzas de izquierda, la gran mayoría de
las cuales desaparecieron de la escena política. Hasta 1964 solo quedó el
Partido Comunista Peruano como pretendido continuador del Partido que fundara
José Carlos Mariátegui. La década de los 70 del siglo pasado fue el tiempo en
el que convivían más de una decena de partidos políticos de izquierda, muchos
de ellos desprendidos de un “tronco común” que sería muy tedioso mencionar los
en este texto. Esa proliferación de partidos de izquierda dieron origen, en
1980, a una alianza amplia denominada Izquierda Unida (IU), cuya división y
luego desaparición solo puede explicarse por concepciones opuestas sobre la
lucha por el socialismo, siendo el líder principal de ese frente el
desaparecido Alfonso Barrantes Lingán, el representante más claro de la
propuesta socialdemócrata de izquierda, respaldado por un importante número de
los partidos que conformaban la IU. Los otros partidos tenían una visión
marxista, o muy cercana al socialismo marxista, de la lucha electoral y la
lucha revolucionaria en particular. Al final se dio el antagonismo entre dos
programas, antagonismo que derivó en “excomuniones” mutuas donde el sectarismo
y hasta el dogmatismo jugaron su papel, no siendo lo fundamental en la ruptura
final como afirman algunos analistas de dentro y fuera de la izquierda.
En el presente tenemos solo 4
fuerzas de izquierda que realizan actividad política real. Los mencionaremos
según su grado de organización y su influencia a nivel nacional.
PARTIDO COMUNISTA DEL PERÚ
“PATRIA ROJA”, surgido a partir de la insurgencia interna de la juventud
comunista del Partido Comunista Peruano en 1964 y que fue fundado en 1968,
cuando también se funda Sendero Luminoso a partir de la división del Partido
Comunista Peruano “Bandera Roja”, surgido, a su vez, de la división del
anterior Partido Comunista Peruano. “Patria Roja” es el mejor y más ampliamente
organizado en todo el país y sus bases doctrinarias son el marxismo-leninismo,
el pensamiento de José Carlos Mariátegui y el pensamiento de Mao tse-tung en lo
que se refiere a la estrategia y la táctica de la revolución, el manejo de las
contradicciones en el seno del pueblo y entre las clases oprimidas y opresoras.
Actualmente, y desde 1980, ha concentrado su atención en la lucha legal para
asumir el gobierno, conquistar el poder y ejecutar reformas democráticas
profundas como parte de la lucha por el socialismo, un camino denominado “de
nuevo curso” por su jefe Alberto Moreno. Esta lucha legal no ha tenido, hasta
hoy, el apoyo de la población, siendo el actual gobierno regional de Cajamarca
su base política más importante. En general, se nota un estancamiento en su
crecimiento, un desgaste histórico difícil de remontar. Para ampliar su
influencia, acaba de fundar un frente con el nombre de Movimiento de Afirmación
Socialista (MAS), que no es sino la extensión del mismo movimiento que ha
logrado ganar el gobierno regional de Cajamarca. Se percibe que es el mismo
partido con otra denominación.
PARTIDO COMUNISTA DEL PERU
“SENDERO LUMINOSO”, fundado, como ya se indicó, en 1968 por Abimael Guzmán
Reynoso, un profesor universitario y uno de los políticos de izquierda más
dogmáticos, sectarios y presuntuosos que se haya conocido en el Perú. En lugar
de un partido, realmente creó una secta, grupo ajeno a cualquier forma de
alianza política con otras fuerzas de izquierda, inflexibilidad táctica y
visión equivocada de la estrategia revolucionaria. El único viraje que pudo dar
fue la impuesta por su derrota política definitiva en 1992, aunque algunos de
sus seguidores prosigan con su “guerra popular”. Su lucha anárquica,
militarista y terrorista dirigida contra el sistema capitalista en el Perú le
da su identidad de izquierda; pero los resultados de su acción y las ideas que
lo impulsan le sitúan como una fuerza disociadora en el seno del pueblo a favor
de la reacción conservadora. Gran parte del desprestigio de la izquierda en el
Perú se debe a su nefasta actuación liquidadora del movimiento popular y su
papel en verdaderos crímenes contra civiles indefensos. El MOVADEF, como brazo
legal del senderismo, es una caricatura de partido político incluso para su participación
electoral, mucho más cuando el meollo de su “programa político” es la libertad
de su dirigente máximo., aunque para ellos sea una táctica al servicio de su
estrategia de supervivencia política. Su presencia es un fardo muy pesado para
un futuro desarrollo de la izquierda en nuestro país. La derecha la necesita
para denostar de la izquierda.
PARTIDO COMUNISTA PERUANO, más
conocido como “Unidad” por el nombre de su periódico que ya no existe. Es un
partido muy pequeño que sobrevive en la conducción de la CGTP y su base
sindical principal, la Federación de Construcción Civil, un sector del
proletariado peruano que carece de conciencia de clase hasta llegar al
enfrentamiento interno por cupos de puestos de trabajo en las obras públicas y
privadas. Actualmente cogobierna con el actual régimen a través de uno de sus
dirigentes en el Vice-Ministerio de Trabajo. Su alineamiento anterior con el
Partido Comunista de la ex URSS le ha llevado a rechazar las ideas
revolucionarias de Mao tse-tung y a proseguir una línea de colaboración con
gobiernos supuestamente progresistas, como ocurre hoy y como ocurrió durante el
gobierno del General Juan Velasco Alvarado.
PARTIDO SOCIALISTA DE LOS
TRABAJADORES., grupo trotskista que viene de agrupaciones trotskistas ya desaparecidas,
es más una organización de contados cuadros que de masas. Recientemente se ha
pronunciado a favor de los senderistas que dirigen la parcial huelga de
profesores, conducta que siempre han tenido los trotskistas en el Perú,
especialmente al interior del movimiento magisterial.
La izquierda en el Perú también
está en crisis y las fuerzas políticas que la representan han cumplido un ciclo
histórico. Una nueva fuerza de izquierda se vuelve necesaria para concentrar y
representar las aspiraciones de las masas oprimidas, organizar al proletariado
peruano como base fundamental de la lucha revolucionaria en el Perú.
Las perspectivas del Perú
El mensaje presidencial del 28 de
julio del 2012, tan esperado por amplios sectores de la población, no ha cubierto
las expectativas de quienes quisieron ver un retorno a la ruta de “la gran
transformación”.
En general, que es lo principal
en este caso, el presidente Ollanta Humala ha reafirmado el programa neoliberal
con todas sus características de consolidar lo hecho en los últimos 20 años con
el pretexto de mantener la línea del crecimiento al que se debe agregar, “de
taquito”, la “inclusión social”, frasecilla muy caro al Banco Mundial para
justificar el asistencialismo en todas sus formas.
Después de esa visión general y
estratégica del programa gubernamental, el Presidente Humala despachó una
cadena de políticas asistencialistas, algunas como repetición de lo realizado
hasta hoy (Cuna Más, Beca 18, SAMU y Pensión 65), y otras referidas a la salud
pública y Essalud, creando nuevos servicios cuando los actuales son no
solamente deficientes sino restrictivos para los propios asegurados. Mantiene
la fragmentación de los servicios de la salud en el Perú, sobre todo, las
profundas desigualdades existentes.
Con la demagogia de la “defensa
del agua” sigue manteniendo la presencia depredadora de las transnacionales de
la minería, sin pronunciar una sola palabra sobre el problema generado por el
Proyecto Conga en Cajamarca. Un artículo constitucional que defina el derecho
al agua es como establecer, tautológicamente, otro artículo sobre el derecho a
la alimentación o sobre la salud. Todo está dicho en el derecho a un ambiente
saludable. El agua ya se vende en el Perú como una mercancía más que engorda a
unos cuantos.
Ninguna mención ha merecido la
recuperación de los derechos de los trabajadores ni la promulgación de una
nueva Ley de Trabajo, y su referencia general al problema magisterial no pasó
de un anuncio que hoy se torna difícil de definir, ya que con el programa
neoliberal en curso los derechos de los trabajadores en la educación son
considerados contrarios a los derechos de los estudiantes.
La industria petroquímica como
proyecto tendrá en el sector privado su base de financiamiento y de
aprovechamiento fundamental. Así lo establece la Constitución fujimorista que
nos rige y así lo quieren los grandes empresarios.
La llamada reducción de la
pobreza hasta el 16% en el 2016 carece de base objetiva, pes ese cálculo se
refiere a cuántos más se entregarán becas, pensión 65, dinero del programa
Juntos y otras donaciones para que millones de peruanos solo mitiguen la
pobreza en que viven. Si a eso se denomina reducir la pobreza, entonces no
necesitamos sino vivir del asistencialismo y seguir minando el territorio nacional
para extraer más minerales sin necesidad de industrializar el país ni crear una
agricultora próspera que dinamice las fuerzas productivas del campo poniendo en
manos de los campesinos las tierras, las herramientas e insumos necesarios para
desarrollar el campo. El asistencialismo no reduce la pobreza; la encubre hasta
convertirla en la forma “normal” de vivir de la mendicidad legalizada. Tal es
el camino neoliberal que ha escogido el Presidente Ollanta Humala.
La derecha que critica el mensaje
de Humala, especialmente la que escribe en La República, es hipócrita. ¿No
quiere, acaso, que el neoliberalismo continúe? El mensaje lo reafirma. ¿Qué ha
querido escuchar? Más “coherencia” para defender el sistema, más firmeza en esa
defensa, sin entender que el Presidente tiene que dispersar los anuncios para
crear la percepción de lo “mucho” que llegará a los “más pobres”.
Hasta el 2016 caminaremos, por de
pronto, con las mismas andaderas neoliberales, Si hasta entonces no aparece en
el Perú una nueva fuerza de izquierda que impulse la lucha del pueblo peruano
por la transformación y por el socialismo, llegaremos al 2021 con la misma
clase dominante y su gobierno.
Que Bolívar y San Martín
descansen en paz,
Lima, julio 31 del 2012.
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