domingo, 4 de octubre de 2009

1968 en México: Valoración y homenaje.

José Ramos Bosmediano, educador, miembro de la Red SEPA (Canadá), ex Secretario General del SUTEP (Perú).

El 2 de octubre de 1968 es, para los mexicanos, un antes y un después desde el punto de vista de la lucha política luego de la Revolución de 1910-1917 y los cambios políticos que este acontecimiento produjo en el país azteca a principios del siglo XX.

Ese día, a las seis de la tarde, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en el Distrito Federal y capital de México, una brutal represión de policías y militares, bajo indudables órdenes del gobierno del presidente Días Ordaz, mejor dicho del PRI (Partido Revolucionario Institucional, fundado en 1926 con el nombre de Partido de la Revolución Nacional), produjo el asesinato de cientos de estudiantes, niños y otros civiles, con más de 6 mil heridos y no menos de 2 mil detenidos. Para el PRI en el gobierno hasta fines del siglo XX, los muertos no pasaban de 24. Felizmente las investigaciones posteriores, la apertura parcial de archivos, las declaraciones de sobrevivientes y familiares de los asesinados, la voz de los intelectuales y periodistas, más la decisión del gobierno del presidente Fox (2000-2006) para oficializar la investigación por la presión de las organizaciones y fuerzas políticas populares, han desmentido las afirmaciones del PRI y de toda la derecha conservadora, en el sentido de que los estudiantes fueron los provocadores de esa horrenda matanza. Hasta se atrevieron a señalar la influencia de los “estudiantes comunistas” del movimiento estudiantil de Paris de mayo de 1968 y de su más visible líder, el alemán Conhn-Bendit o “Erich el Rojo”.

El contexto mundial.

La década de los años 60 del siglo XX no podía ser más auspiciosa para el desarrollo de las luchas de los pueblos y la eclosión de un movimiento juvenil estudiantil y de la propia clase obrera en tanto la denominada Guerra Fría, es decir, la agudización de la lucha entre el capitalismo imperialista y el socialismo ofrecía una tendencia favorable a éste. La guerra de Vietnam, el desarrollo de la revolución cubana triunfante, las luchas de liberación en Asia y África, los límites a los que había llegado el Estado del Bienestar construido después de la Segunda Guerra Mundial, el descontento de las clases oprimidas de todo el mundo y, en especial, del tercer mundo, la frustración de la juventud frente a la desocupación masiva de millones de profesionales que no tenían más horizonte que adaptarse al sistema de explotación capitalista, fueron los elementos básicos de un contexto que llamaba a la rebeldía en sus más variadas formas.

Fue el movimiento estudiantil de París y de Berlín, en mayo del gran año 1968, el que inició una oleada de protestas estudiantiles en todo el mundo, incluyendo a la universidad de Berkeley en Estados Unidos, donde profesaba como mentor intelectual de las mentes progresistas el filósofo alemán Herbert Marcuse, uno de los más preclaros representantes de la Escuela de Frankfort o Pensamiento Crítico, de gran presencia hasta hoy en la intelectualidad progresista. Por su centralidad en la universidad de la Sorbona, en París, el movimiento de ese mayo 68 provocó la gran crisis del gobierno de Charles de Gaulle, el “intocable libertador” de Francia, quien, con indudable ceguera política burguesa, llegó a preguntar el porqué de las protestas estudiantiles si para él y su clase en el poder todo andaba bien, nada faltaba a esos “privilegiados estudiantes”. La opulencia burguesa (para los burgueses, desde luego) le impedía ver las miserias de las clases oprimidas. Y fue derrotado. La clase obrera de Francia, los ciudadanos francés, no se pusieron al margen de ese movimiento. Lo apoyaron, aun cuando el Partido Comunista Francés y el no menos “cauteloso” Partido Socialista, menospreciaron su significado.

Esa ola se expandió por toda América Latina. Quien escribe estas líneas bebió de ese fermento y leyó con ansiedad a Marcuse, cuyos libros eran las almohadas de miles de estudiantes peruanos, al lado de los libros marxistas, del “joven” y del “viejo” Marx, del Sartre que navegaba batiendo el mar con sus ideas entre marxistas, estructuralistas y existencialistas, pero con el inconformismo que llamaba a buscar un mundo mejor.

En ese contexto se dio el 68 mexicano, el movimiento estudiantil más grande de América Latina después de la Reforma Universitaria de 1919 y años siguientes.

El 68 en México, esa noche del 2 de Octubre.

Entre julio y agosto del 68, el descontento se generalizaba en México bajo el gobierno burgués, prolongado y oligárquico, del PRI. Este partido, que llegó a expresar, en gran parte, el anhelo nacional de enfrentarse al imperialismo de Estados Unidos, había llegado a convertirse en un obstáculo para construir la democracia con la que soñaban los sectores populares y nacionalistas de México. Su control de todo el movimiento sindical no era sino el instrumento de la dictadura burguesa que había logrado consolidarse, tan corrupta como opulenta. Cada presidente de turno no representaba más que esa “dictadura perfecta” de la que se habló después.

El movimiento estudiantil de la gloriosa UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y del IPN (Instituto Politécnico Nacional) se convirtieron en la conciencia social de la protesta, con sus exigencias de respeto a la autonomía universitaria y a los derechos de los estudiantes, por la democracia entendida como posibilidad de bienestar para las mayorías. Quien no se esfuerza por entender las aspiraciones estudiantiles y las razones de su descontento y rebeldía, no hace más que cerrar los ojos ante la realidad. El movimiento estudiantil se nutre no solamente de las condiciones de injusticia imperantes, sino de un grado de información y de conocimiento que otros sectores sociales no tienen la oportunidad de asimilar. No es una casualidad que las más grandes expresiones del pensamiento progresista se hayan gestado en las aulas universitarias, aun cuando sus perspectivas de transformación social no sean, al principio, muy claras. Pero son el fermento, el amanecer de lo nuevo y lo noble en esas mentes nobles. Con este contenido respondió el movimiento estudiantil mexicano a las arbitrariedades del PRI en el poder. El viejo partido ya no tenía el contenido vital con el que nació luego de la revolución democrática de Emiliano Zapata y Pancho Villa. Respondió al descontento con arrestos y persecuciones de estudiantes y otros líderes populares.

En setiembre de ese año, la represión fue más dura. Los detenidos aumentaron. La UNAM fue hollada por las milicias oficiales. El Batallón Olimpia, servicio secreto de represión que se desplazaba de civil y con un guante blanco en la mano izquierda de cada uno de los miembros, hacías de las suyas en las movilizaciones, infiltrándose y provocando, identificando líderes para que sean detenidos y torturados. El punto de quiebre fue la gran “Marcha del Silencio” de setiembre, con una multitud de no menos de 200 mil manifestantes que se parapetó en el Zócalo (Plaza de Armas de la capital, que llamamos en el Perú)), lugar donde se produjo una feroz represión y centenares de detenidos.

El gobierno de México se preparaba para las XIX Olimpiadas Internacionales, como un acontecimiento que debía de situar a México en la vitrina del “primer mundo”. Los preparativos no podían ser más auspiciosos para el orgullo de los mexicanos. El gobierno debía de inaugurar el evento la segunda semana de octubre. Los estudiantes, para demostrar que toda la “apoteosis” buscaba también ocultar la situación de represión que se vivía, convocaron a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas. No menos de 50 mil estudiantes se concentraron en aquel espacio histórico donde hoy se ha erigido el Memorial de ese acontecimiento, como homenaje a los caídos, heridos y torturados.

Como es ya historia conocida, a las seis de la tarde empezó la balacera indiscriminada por la soldadesca, la que impedía retirar los cadáveres y los heridos, incluso verlos en los hospitales, obligando a los deudos a declarar “otras causas” de la muerte de sus familiares.

Se dice que después de las atrocidades de la conquista española en México, las del 2 de octubre de 1968 no tienen parangón por la cantidad de sangre derramadas en pocos minutos.

Lo más terrible es que ninguno de los posteriores gobiernos del PRI, ni el poder judicial mexicano, han permitido que se investigue para descubrir a los ejecutores de la barbarie y a quienes han dado las órdenes. Días Ordaz no ha respondido hasta hoy por esos hechos. Tampoco el Gobernador del Distrito Federal de aquel entonces, que luego fue presidente de México, Luis Echeverría. Los subsiguientes presidentes priístas: de la Madrid, Salinas de Gortari y Zedillo, hasta el 2000, han gobernando sobre los cadáveres de lo más noble de la juventud mexicana.

En esa hecatombe humana no estuvo ausente el gobierno de Estados Unidos, su CIA y su FBI, como parte de su “guerra de baja intensidad” cuyo objetivo principal fue ahogar los movimientos sociales y revolucionarios en América Latina. El PRI desarrolló esa lucha bajo la dirección de esos organismos de represión de aquel país que arrebató a México casi la mitad de su ancestral territorio. Así lo atestiguan los documentos descubiertos por investigadores de prestigio. Hoy poseemos una literatura abundante sobre los acontecimientos.

No hay lágrimas. Hay una perspectiva de lucha.

Los mexicanos que hoy siguen luchando por un nuevo país nos dicen que en lugar de lágrimas, los asesinados requieren ser honrados por la esperanza de transformación, el esfuerzo colectivo para superar todos los problemas del México actual. No quieren un 2de octubre bañado en lágrimas sino iluminado por los ideales de justicia social. La sangre derramada no debe ser olvidada: debe ser honrada.

Los más importantes intelectuales del México actual han ayudado, están ayudando a expandir la conciencia sobre esos graves hechos.

Después del 2 de octubre del 68, en México han brotado movimientos guerrilleros, la reconstrucción de los partidos revolucionarios, el nacimiento del Partido de la Revolución Democrática (PDR) que ha estado muy cerca de la presidencia en estos años del siglo XXI, el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional, un nuevo movimiento magisterial que hoy lucha contra la reforma educativa neoliberal, entre otros. El movimiento estudiantil mexicano de hoy no cesa de luchar por el derecho a la educación gratuita frente a la ofensiva neoliberal que impulsa la privatización y las evaluaciones estandarizadas.

La lucha contra el neoliberalismo en México está fortaleciéndose en momentos en que la derecha más conservadora, organizado en el PAN, que hoy gobierno con Felipe Calderón, en alianza con un sector del PRI, obedece a los intereses de Estados Unidos y de la gran burguesía mexicana.
La crisis del Estado mexicano, de la sociedad mexicana, su tejido gubernamental atravesado por la corrupción, la supeditación de su economía a las imposiciones del TLCAN (TLC Estados Unidos-Canadá-México, 1994), la crisis de 1995, su actual crisis financiera, configuran el nuevo escenario de lucha por un nuevo país, de justicia y dignidad, de desarrollo y prosperidad para la gran mayoría de los mexicanos.

Los muertos de Tlatelolco no pueden merecerse otro homenaje que la continuación de su heroica lucha.

Contamana, Perú, octubre 01 del 2009
¡ Apostemos por una nueva educación en nuestro país !
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